por hija de cristalero
Uno de los mejores amigos de mis hijos se rompió la cadera hace unas semanas. Desde entonces va en silla de ruedas y yo los llevo (a él, su hermano y mis hijos) todas las mañanas al Instituto.
Los municipales se ponen a esa hora a la entrada de la calle para impedir que los padres lleguen hasta la puerta con el coche y colapsen el tráfico. Todos nos conocen ya y nos dejan pasar sin que yo tenga que dar ninguna explicación. Todos, excepto uno, un tipo amargado y resentido que me habla como si fuéramos un grupo de delincuentes a los que no puede enchironar por falta de pruebas. Se le nota demasiado que está deseando empapelarme. Porque sí. Porque le jodo. Porque le caigo mal. Porque no folla bien.
– No puede pasar.
– Ya- sonrío burlona como si no me diera cuenta de que él sabe perfectamente de qué va el tema-. Pero es que llevo un chaval con silla de ruedas.
Me mira como diciendo ¡ay de ti el día que te pille!, agacha la cabeza para mirar con odio a los cuatro adolescentes, que le sonríen con la misma sorna que yo, y se cerciora de que, tras ellos, me cago en la mar, hay una silla de ruedas.
Le miro como diciendo: Venga, alégrame el día. Dame la oportunidad de encabezar una bronca de padres contra vuestra estúpida arrogancia y vuestra mala hostia recaudatoria.
No puede impedirme el paso. No está solo. Sus compañeros me dejan pasar todos los días, y hay demasiados padres cabreados con ellos cerca. Pero, una mañana más, no quiere que me vaya de rositas, tiene que fustigarme con su autoridad antes de hacerse a un lado.
– Pues van bien apretaditos ¿eh?- dice mascullando la rabia- Porque ésos tendrían que venir andando.
Podría explicarle que el chaval vive en un segundo sin ascensor, que yo tengo una hernia entre la 4ª y la 5ª y que necesito a los otros dos tiarrones para que bajen la silla de ruedas por la escalera, la metan y la saquen del maletero, la vuelvan a abrir y la sujeten mientras el lesionado se sienta. Y que la otra es mi hija pequeña y que, como comprenderá, ya que traigo a tres, traigo a cuatro: no voy a dejarla en tierra sólo porque tenga piernas. Pero no lo hago, no tengo por qué darle explicaciones.
Hoy ha sido uno de los últimos días que les he llevado, y hemos vuelto a coincidir con él. Como ya me aburre el tema, no le he dado tiempo a hablar.
– Llevo una silla de ruedas y necesito a esta gente para que la saque y la meta.
Ha vuelto a intentar intimidarnos con el divino poder que le ha sido transferido y ha rechinado los dientes de impotencia.
– Pues van bien apretaditos ¿eh?
Ahí se acaban sus recursos.
Por fortuna, el hijo de mis amigos sólo ha sufrido un accidente, pronto volverá a correr por ahí, y yo no soy su madre. Puedo tomarme el asunto con cachondeíto.
Pero si él tuviera una enfermedad que le impidiera caminar y yo fuera su madre, si el poder me sometiera a esta última humillación cada día, tal vez acabaría explotando, dándole razones para empapelarme.
Y todo lo habría provocado una silla de ruedas. No unos esquíes en un deportivo, ni un yate tras el Mercedes, ni una felación en un coche oficial.
Este abuso de autoridad lo está provocando una silla de ruedas en un coche del montón.
0 respuestas a «Gente triste»
Muy bueno… si es que … hay algunos que son así… y como bien dices, nos tratan como si fuesemos delicuentes a los que no pueden enchironar… ; )