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Fiesta en la favela

Miguel Pérez de Lema

Cabe la posibilidad de que nuestro enfoque sobre «el problema de las drogas» esté equivocado. Que lo que llamamos lucha contra la doga, en la práctica -nunca sabremos si por pura ineptitud o por avieso complot, quizá por una confusa mezcla de ambas cosas- funcione como una pieza más dentro del complejo comercio de las drogas ilegales .

El espacio para el comercio de las drogas ilegales no es una anomalía impredecible y extraña dentro de la organización económica de nuestras ciudades. Ni algo ajeno a nuestra forma de organizar la vida. Al contrario, es uno de los hitos más destacables del paisaje urbano. Todos sabemos dónde se hace y no hay nada de caótico en su funcionamiento.

Igual que hay el barrio del mercado central de abastos, el barrio de los funcionarios, el barrio del cementerio, el barrio turístico, el barrio de los negocios nocturnos, el distrito financiero, la gran ciudad asigna a determinada zona la actividad del comercio de drogas. Y para ese barrio, esa es su industria y su orgullo, y su carácter.

Pensamos en las populosas favelas brasileñas de Rio y San Pablo, en lo mucho que tienen de gueto hórrido y deprimente del que debe ser my difícil salir. Pero, al mismo tiempo, nos cabe la posibilidad de que muchas personas de esos barrios no tengan la menor intención de salir allí, ni la percepción de estar ante algo anormal o rechazable o que no debería de existir.

Se trata de un negocio custodiado por hombres armados que pueden dar una imagen negativa en primera instancia. Pero reafirman el hecho de que se trata de un negocio de gran importancia sobre un producto cuyo control es capital. Hombres armados, también, suelen verse custodiando las sedes de la cosa pública, o realizando el transporte de las sacas de dinero bancario, asuntos ambos de indudable importancia.

Y luego, además, por otra parte, están las fiestas.

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0 respuestas a «Fiesta en la favela»

No lo dudes, Miguel. Es el poder extraoficial permitido por el poder oficial. Si esa gente viviera en condiciones dignas, no haría falta que ningún capo organizara las fiestas populares. Si la cocaína fuera legal, nadie se armaría hasta los dientes para defenderla y no harían negocio los traficantes ni los fabricantes de armas, que tienen sociedades, abogados, comerciales, infraestructura de distribución y cuentas en paraísos fiscales.

A ellos les resulta muy barato regalar cocaína: se aseguran soldados y consumidores.
La «guerra contra la droga» se acabaría si se legalizaran todas.

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