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¿Para qué sirve?

por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: cienaniosdeperdon
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Esta es la primera pregunta que hay que contestar a un chaval o chavala que esté cursando algún tipo de estudios hoy en día.
Porque, vamos a ver: un coche, por ejemplo, sirve para correr por la
autopista a más de 200 kilómetros por hora. Deporte y adrenalina. O para ligar a buenas tías y tirárselas en un parking. Cuerpo humano y sexo. O para conducir con el pumba, pumba a tope. Música.

El otro día les estaba hablando de Miguel Delibes a los alumnos de un grupo.
Buenos chicos y chicas, después de todo. Y al final, para comprobar qué han sacado en limpio, pido a uno de ellos que nos haga un pequeño resumen y nos diga algo sobre el autor en cuestión.

– ¿Miguel de qué?- dice el hombre.
Uno debe armarse de paciencia, no pasa nada tampoco, es una pregunta como cualquier otra.
– Delibes.
El chaval, que mide casi uno noventa y es un fenómeno jugando al waterpolo, mira el libro y luego me mira a mí y contesta todo serio:

– Lleva gafas.

Los demás se rulan de risa, claro, y uno ya no sabe si tomárselo a broma o no.
A ver, cómo me las arreglo, pues, para explicarles que la escena de «La
familia de Pascual Duarte», por poner un ejemplo, en la cual Pascual dispara a su perrita, no es, como la resumirían ellos, una gilipollez, sino que pretende mostrar la desesperación del individuo al no hallar ninguna respuesta a sus preguntas. O que Carmen Laforet ha escrito una novela de 200 páginas que tituló «Nada». O que Don Quijote no era un simple pringado que a cambio de hacer cosas buenas por donde se dejaba caer recibía siempre insultos y patadas. O que Azarías, Capitán Alatriste, Pepe Carvalho, etcétera…

¿Para qué nos sirve todo eso, profe?, leo en sus ojos. Nosotros no tenemos preguntas, no necesitamos respuestas. Lo que queremos es que nos deis vuestro dinero y nos dejéis en paz para poder disfrutarlo.

Para haceros pensar, al menos un poco, con la maldita cabeza, joder, se me ocurre decirles y enseguida me acuerdo de un viejo chiste ruso:

A Leopoldo le preguntan para qué cree que le sirve la cabeza que lleva sobre los hombros. A lo cual Lepoldo responde todo serio:

– ¿Cómo para qué me sirve? Con ella como y bebo.

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

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Y, sin embargo, a mí esto no me parece tan nuevo.
Recuerdo que cuando yo estudiaba, cada vez que nos mandaban leer un libro, toda la clase protestaba, todo el mundo se lo dejaba para el último día y éramos una pequeñísima minoría la que disfrutábamos de ello. Hasta tal punto que una vez que cuando nos mandaron leer Hamlet, el profesor preguntó al día siguiente con desgana: «Supongo que nadie lo ha leído todavía». Yo fui la única en levantar la mano, y el profesor, como creía que le estaba tomando el pelo, me obligó a redactar un trabajo sobre Shakespeare durante el recreo. Cuando se lo entregué, me dijo: ah, sí, pues es cierto que lo había leído.

Es que ya nos les digo que lean. Sólo quiero que escuchen en clase, presten un poco más de atención. Como nos gusta variar en la comida, también el cerebro necesita que le demos otro tipo de alimento de vez en cuando, porque sólo a base de pumba, pumba se aburre el pobre, deja de rendir con el paso del tiempo.

Cito el «Manifiesto contra el progreso» de López Tobajas;
Las modernas técnicas pedagógicas con que los progresistas tratan de superar los métodos miopes de los conservadores bienpensantes de hace un siglo, abocan a resultados calamitosos. Se confunde el autoritarismo con el reconocimiento de la autoridad, el aprendizaje rutinario con la facultad de la memoria, se sustituye el esfuerzo por las actividades <>, la constancia por la <>, la obediciencia servil por la legitimación del desorden, y así se consigue que los modernos programas educativos no generen más que indolencia, irresponsabilidad y una inepcia generalizada que sería difícilmente superada si se abandonara a cada escolar a su suerte. […] Los métodos que ahora se quieren superar no eran, sin duda, los mejores, pero cuando todavía se suponía que había unos que podían enseñar y otros que tenían que aprender, cuando el respeto por el conocimiento generaba de manera natural la autoridad, cuando el esfuerzo y la exigencia personal eran las claves ineludibles de toda formación, se llegaba al menos a la universidad sabiendo leer y escribir.
P.D. Marisol, por favor, que alguien cambie ese «su comentario está a la espera de ser APROVADO por un moderador». Duele verlo. Ánimo Robert.

Las actividades son lúdicas y la constancia se sustituye por la creatividad. No le han gustado al procesador de textos mis .

Robert:
que a mi me pasa lo mismo en México. Doy clases en una institución de educación superior y los alumnos no leen ni por error… y ya no digas literatura ¡demasiado pedir! nada.
La novedad es que ni siquiera lo hacen para pasar la materia, en cambio la falta de gusto por la lectura me temo que es de siempre

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