Por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original:worshipworthy
Hasta los perros se ponen de moda. Ciertas razas como los doberman hicieron hito en los setenta. Con películas como El ataque de los doberman se incrementó la compra de perros de guardia o de compañía como el caso de películas como Lassie, Rin tin tin, o los 101 dálmatas. En los últimos años en los parques he visto rottweilers o bóxers a los que cortan criminalmente las orejas y la cola para aumentar su fiereza, convirtiéndolos en perros de diseño. O aquel chihuahua que se hizo famoso acurrucado en el regazo de París Hilton y que después los estilistas adoptaron de mascota. Todo se pone o se quita del subconsciente colectivo con una campaña de promoción.
Recuerdo que Salvador, mi abuelo, veía a las nuevas modelos y actrices en traje de baño en la televisión y decía que eran horrorosamente flacas, que en su tiempo las preferían rellenitas, no gordas, aclaraba, pero sí con formas redondas y sensuales. Así eran las chicas que yo veía en mi adolescencia en las revistas para caballeros El o Play boy, rollizas y con una mata de vello en el pubis que sugería. Las de ahora tienen piernas del grosor de un antebrazo y se depilan. Pero no sólo el cuerpo de las mujeres se ha transformado a los nuevos cánones, también los hombres que presumen musculatura, como El Santo o Arnold Schwarzenegger en sus primeras poses de Mr. Universo, el abdomen de lavadero no estaba de moda, es notorio como al posar sumían la panza como si les hubieran sacado cucharadas y cucharadas de mantequilla.
Los peinados y cortes de cabello, ahora lacio, ahora ondulado o al estilo Farrah Fawcett. Corbata angosta, luego ancha, para volver a la angosta. Zapatos de plataforma, pantalones acampanados, en los últimos años de popotillo, como se usaron en los cincuenta. Todo involuciona. Cuando tenía doce años y comencé a usar lentes, los de armazón de pasta eran de abuelito, la onda eran los de metal. Años después los de lente suspendido y armazón ligero, que nunca me gustaron. En la última década han vuelto los de pasta en vivos colores. Que se note que uso lentes.
Rayas o cuadros, botones o zippers cada temporada están en ardua competencia. Los diseñadores nos hacen cambiar guardarropa cada seis meses o por lo menos una vez al año. Sin embargo, ellos nunca cambian. En las últimas fotografías que he visto de Valentino por sus 75 años de vida, usa el mismo peinado y el mismo corte de traje desde hace 40 años. Las gafas de Yves Sant Laurent, que seguramente le destruyeron el puente de la nariz, eran tan características como la mejor de sus puntadas. Los sicodélicos guantes, gafas oscuras y la cola de caballo de Karl Lagerfeld ha variado solamente en las canas. Diseñadores que todo lo que tocan lo transforman, excepto ellos mismos. Armani siempre usa una camiseta negra ajustada para su más exquisito desfile o Tom Ford viste al estilo Luis Miguel o viceversa.
Lo mismo sucede con la tecnología que corre más rápido que la moda. Me atrevería a afirmar que desde hace años Steve Jobs, el inventor de Mac y la revolución iPod, usa los mismos jean y la misma camiseta negra deslavada de manga larga en cualquier aparición pública, para presentar la innovación del iPhone o los colores de las portátiles. En algún lugar leí que Albert Einstein compraba metros y metros de la misma tela para mandar a hacer sus trajes, todos iguales, así no perdía tiempo en decidir qué ponerse cada mañana.
Aquellos que se vuelven tiranos del cambio, que son capaces de dedicar su vida al diseño de nuevas prendas y máquinas, a delinear cuerpos o crear razas, son intocables y su evolución siempre está más allá de lo físico.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.