por nidiosniamo
Fotografía de AFP. Getty images en Daily Mail
Durante estos días he leído mucho sobre el terremoto de Haití en diferentes medios. (Os recomiendo las crónicas de Pablo Ordaz en El País)
Yo no he enviado dinero (si descontamos lo que mande el Estado y las subvenciones con las que financiamos a las oenegés).
Ya no estoy en la lista de gente que se puede permitir mandar dinero a otros con peor suerte. Ahora pertenezco a aquellos que todavía luchan honradamente en la economía sumergida para sobrevivir. Para sobrevivir, no para salir a tomar una caña o pagar a tiempo el alquiler de la casa en la que vivo.
Cuando lo tienes todo, no te cuesta creer en la bondad de la naturaleza humana. Y en nombre de esa bondad haces una donación desde tu portátil, o desde tu móvil, sin moverte del sofá. Entonces, te sientes mucho mejor: puedes seguir creyendo en la bondad de la naturaleza humana. Mandarás el dinero y no te preocuparás de saber si la ayuda llegó a quien debía llegar o está engordando los bolsillos de los culpables de la miseria. Tampoco te preguntarás cuánto están ganando los bancos con las transferencias de medio mundo.
Pero a medida que vas perdiendo lo que tenías, a medida que te ves sin nada, más cerca del animal que del hombre, te das cuenta de que la bondad no tiene cabida cuando el hambre aprieta.
Que saquearás, robarás, y si es necesario, matarás.
Y ello no te supondrá ningún dilema moral.
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Las campañas de lavado de cerebro programan a la gente para sentirse culpables «en general» de cualquier movimiento del planeta. Y le proporcionan inmediatamente una expiación, o bula, al estilo medieval: pagar una pequeña contribución.
Nada nuevo bajo el sol.
Ahí le has dado, Miguel. En el primer borrador de este artículo aparecía la palabra «bula»
Ella lo dijo muy bien: «si to los españoles me dais una pezeta, le podría pagar a hacienda los 35 millones que me pide y no tengo. Una pezeta na más». Ella era bien lista. Sabía que la unión hace la fuerza. Vivió el «hoy por tí, mañana por mí» (y el disfrutar de la vida). Resulta que la arena del mar se forma sumando pequeños granos. Lo cierto es que no está demás trabajar la empatía y echar un cable a la peña más allá de nuestro ombligo. Más allá de la pasta, se pueden hacer muchísimas cosas. No hace falta irse a Haití.
También es verdad que muchos se escaquean de su compromiso social donando esas monedillas que le sobran.
Conozco bien a una niña que ha dado todo su capital para que se sume al capital de otra gente y pueda ayudar de alguna manera a los niños de Haití. 5€. También ha empezado a comer pescado (que antes no había manera), pues es consciente de la suerte que tiene por vivir en Europa, aunque sus padres estén separados y parados.
Cada uno encuentra su camino para estar bien con su conciencia. Y quién no lo encuentra, mal asunto.
¿Que se hunden los más pobres del mundo? Pues que paguen los más pobres del mundo.
Una niña que no tiene casi nada manda todos sus ahorros- porque su madre la ha convencido, no porque ella quiera, los niños son más listos que los mayores y saben que que lo primero es la propia vida- y los bancos añadirán algún cerito más a sus cuentas.
Los niños haitianos seguirán siendo igual de pobres, la niña de los cinco euros será más pobre, Botín y similares serán más ricos y la madre de la niña dormirá tan feliz pensando que ha hecho lo mejor.
Tú has dado la mejor definición de bula, Carmen.
Si yo fuera haitiana haría vudú para que EEUU invadiera mi país de verdad.