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La piel

Por Pedro Lluch
PIel

Recorro, sin horizonte ni sol poniente, mi piel como un llanero huraño: mi piel iluminada por el blanco deslumbrado de los fluorescentes del baño me arropa: con mis dedos la recorro, con la punta de mis dedos. Mi piel fronteriza con el mundo. Y mis dedos patrulleros del confín que del mundo me aísla. Yo soy lo que hay dentro; todo lo demás está fuera, más allá de la piel. A veces muy lejos.

Acaricio mis piernas, el vello de mis pantorrillas, la reciedumbre de mis gemelos acostumbrados a la huida. Las uñas de mis pies, las durezas de mis talones, la suavidad pilosa de mis muslos, la calvicie de mis nalgas, las curvas de mi vientre, los ángulos de mi brazo, el viejo nevus del antebrazo, la piel afeitada de la cara, la suavidad del párpado, el cuero cabelludo.

Mi piel, el más extenso de mis órganos, me rodea y me protege como una muralla; me asfixia y encierra a veces. De ella quiero huir con la lengua fuera, con el sexo enhiesto, con un vaso largo y dos hielos, con la mente en blanco, o en rojo intenso de sofoco junto a un fuego que no sé ya dónde arde. A veces las murallas de mi castillo me asfixian: me siento en su estancia principal (de las paredes cuelgan respiraciones pausadas a modo de tapicerías) y miro en torno, y el vacío entre mi yo y mi frontera me asusta; y más aún me espanta la distancia entre mi frontera y el mundo, entre mi piel y la tuya.

Respiro hondo. Me sé pequeño en el interior de mi propio pecho. El pantalón me ciñe y aprieta las ingles, el cinturón tenía que. A ratos un poco de incienso. Pasa un tren. Se oye una voz del vecindario. Ella no me llama. Mañana espera. No lo podremos. Azul del mar desde el piso 12, y los badges. Déjalo estar. La piel, sólo la piel. Siéntela. No pienses en nada. La piel no más. No menos.

Fotografia en contexto original: trebol-a

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Me pondría ante el espejo y exploraría nuevamente cada milímetro de mi piel , acto seguido apagaría las luces para estimular mi sexto sentido y también el tuyo.

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