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El guru y otras hierbas, 43

por Tímido Celador

Qué decir después de aquella respuesta.
La mujer que necesitaba morir me explicó que yo debía buscar una mujer joven lo suficientemente loca como para desear casarse con un viejo que está ingresado en una clínica psiquiátrica. Después, me dio de comer y me pidió que la dejara sola: tenía que terminar de hacer la maleta.

Se marchó hace unos meses.
Pienso en ella más de lo que me gustaría reconocer, me acompaña en mis largas duchas de soltero que no intercambia fluidos con la frecuencia recomendable, y en los aburridos trayectos de autobús de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Si no volvemos a vernos, me quedare con esta espinita de no haberle dado lo mejor de mí, de no haber sabido relajarme, de no haber sabido disfrutar.
De no haber pasado de mera anécdota.
Y, si eso sucede, habrá ganado la partida: no envejecerá, siempre será ese oscuro objeto del deseo y recurriré a él aunque me case, aunque monte una familia, aunque viva mil años… Será para siempre mi fantasía, y segundos antes de morirme pensaré en el polvazo que echamos en la terraza. Que habrá sido la única cosa emocionante de mi vida.

Tal vez yo sólo sea una anécdota en su vida.
Pero ella es un hito en la mía.

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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 43»

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió…
O, lo que habiendo pasado, detuvo el corazón en sístole infinita.
Anécdotas e hitos, filibusteros al abordaje y princesas sin rescate: conformando nuestro particular enjambre de estrellas.
Me sumo al brindis proscrito con sed de ilusiones.

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