por Marisol Oviaño
Cuando el otro día vi a Berlusconi sangrando, me alegré.
No por la agresión en sí.
Me alegré porque al fin pudimos verle desorientado y conmocionado como lo que es: un hombre viejo. Un anciano. Que se tiñe las canas, se opera cuantas veces haga falta y se vanagloria de seguir siendo un don Juan (viagra, viagra, viagra).
Il Cavaliere personifica lo más ridículo de esta absurda sociedad-escaparate en la que ya no sólo tenemos que trabajar y pagar impuestos. Además debemos dejarnos una fortuna y media vida en parecer jóvenes, sanos y guapos. En mirarnos el ombliguito y no pensar en lo que hay más allá de nuestra estirada piel.
Los hombres de la edad de Berlusconi llevan a los nietos al parque.
Él folla con chavalitas que podrían ser sus nietas.
O eso nos quiere hacer creer.
La maquinaria publicitaria de la que él es el motor nos quiere hacer creer que todo en su vida es un gran éxito.
Cualquiera mínimamente vivido sabe que un divorcio a los 73 años es una debacle, por muchas jovencitas que declaren que Il Cavaliere es un amante excepcional ¿Cuál de todas ellas le acompañará a la revisión de la próstata sin frotarse las manos?
Este respetable anciano que se cree un chaval, es dueño de un emporio televisivo en el que todo el mundo está operado, como si se odiaran a sí mismos.
Nuestra cara es el espejo del alma.
El último mono del imperio Berlusconi ya ha renunciado a la suya.
¿La reconoces?
Fotografía de portada de Lecturas.