por artistadesconocida
Eloy nunca se pregunta qué habría sido de su vida si su padre no hubiera dilapidado los 1.000 millones de pesetas que heredó de los abuelos.
Su padre hablaba de sus tiempos de rico como si eso fuera un acné que todo el mundo pasa, como si todos los mortales experimentaran una fase en la que pudieran permitirse cerrar teatros, reservar hoteles enteros e invitar a champagne francés a todas las bailaoras y coristas de Madrid. La madre de Eloy había sido una de ellas. Él da por hecho que ella no se habría enamorado tan locamente de su padre si éste hubiera sido un albañil de manos asperas. Él no reparó en gastos para conquistarla y ella ha seguido a su lado cuando las cosas se torcieron, quid pro quo.
Algunos de los hermanos mayores de Eloy recuerdan el palacete en el que vivían, e incluso el nombre de las dos criadas que tenían antes de que las cuentas quedaran a cero. Eloy ya nació en el piso de clase media; siempre compartió habitación, heredó ropa y fue al instituto en metro.
Cuando ve el rictus de amargura de los hermanos que se preguntan a diario qué habría sido de sus vidas si su padre no hubiera dilapidado los 1.000 millones de pesetas que heredó de los abuelos, se alegra de no poder añorar lo que no conoció.
Su padre ha muerto hace un par de horas rodeado por todos sus hijos, algunas nueras y yernos y su mujer.
El primogénito habla con los empleados de la funeraria mientras el resto de los hermanos se ocupan de la madre y la nuera favorita avisa por teléfono a todos los allegados.
Eloy está fumando un cigarro a la puerta del hospital y piensa en las últimas palabras del patriarca de la gran familia.
– Me quemaba en las manos.