por Juan Hoppichler
Fotografía en contexto original: faunatura
Son las tres de la mañana. Duermo y suena el telefonillo.
-¿Puedo subir?
Charlie aparece ante mi puerta agitado y con la camisa rota. Tiene sangre seca en la nariz y se masajea los nudillos del puño derecho.
-Hola
Entra rápidamente, se pone a dar vueltas alrededor del cuarto y anuncia:
-He sacudido a mi viejo.
Su padre ha oscilado toda su vida entre el enfado y la cólera ¿Se casó demasiado joven?¿fracasó laboralmente?¿folló demasiado poco? Ni idea, sólo sé que es un amargado y amarga a quien tiene alrededor.
Charlie se fue de casa en cuanto pudo y hasta ahora sólo volvía una vez al mes, de visita protocolaria.
Según parece el padre empezó de nuevo con la retahíla de que vaya pintas, qué fracaso de hijo eres, yo a tu edad ya era directivo… Y Charlie le escupió a mitad del discurso. La respuesta fue un puñetazo paterno, como en los viejos tiempos.
Pero ahora sí hubo reacción y Charlie se abalanzó sobre él. No recuerda muy bien lo que pasó, pero cuenta que dejó a su padre en el suelo, retorciéndose de dolor.
Dice Charlie que lleva un par de horas andando por las calles. Que lo que más le sorprende es que se siente bien, “como si se hubiera hecho justicia”.
Estoy de acuerdo.
Nuestros progenitores se hacen ancianos y nosotros vamos al gimnasio. Es toda una tentación devolverlas todas juntas. Ellos no tuvieron escrúpulos cuando éramos niños, así que no veo por qué habríamos de tenerlo nosotros.
Mañana, por cierto, me toca comida en La Ventilla.
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0 respuestas a «Expiación»
Mmmmmmm… Ahora entiendo por qué mi hijo hace pesas y flexiones todos los días.
Y…bueno, si los consultorios de nuestros terapeutas liberaran estas energías, deberían vivir con las ventanas abiertas todos los años de sus vidas, x ahí exudarian los fantasmas de las broncas generacionales con las siluetas esfumadas de nuestros progenitores y nuestras culpas disfrazadas con suspiro de alivio… y también caminaríamos varias horas x las calles haciendonos justicia. Susana (una mujer argentina).
A los padres se les debe, al menos un respeto, como siempre nos han dicho. Ellos no parieron, nos alimentaron y lo más probable es que nos quisieran muchísimo, anque con los típicos defetos y frustraciones de cualquier ser humano.
Yo soy padre y creo que a mí se me partiría el corazón si levantara la mano a alguno de mis hijos, a los que no recuerdo haber pegado nunca, pero si fueran ellos lo que me pegaran a mí, entoces sí que estoy seguro de que se me partiria el corazón de pena.
¡No sé!. ¿Puede que haya padres que se lo merezcan?. No lo creo.
¿Hay que respetar a los padres (o madres, igual me da) sólo porque lo son?
No, no lo creo.
Cuando leo los artículos de Hoppichler, me doy cuenta de la inmensa suerte que yo tuve en la lotería de la familia. Mi padre y mi madre merecen ser respetados, porque a lo largo de toda la vida se han hecho acreedores del respeto y el amor de sus hijos.
El padre que describe Hoppichler sólo se ha hecho acreedor de una paliza.
No ha enseñado a su hijo a amarle, sino a odiarle. Sólo le ha enseñado a tener miedo.
Al menos, así lo veo yo.