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Quid pro quo

Por Kurtz
quid pro quo

He estado dos veces a punto de rechazar esta copa por pura pereza, pero aquí estoy, forzando sonrisas en un bar irlandés, con una chica gordita que apenas conozco. Nuria me ha invitado a tomar algo tras una cena de trabajo. No para de hablar y cuando fuma, asoman sobre sus labios unas arrugas que el maquillaje no puede disimular. No tiene mucho que ofrecer, aunque todavía hay vida en sus hermosos ojos velados por su mirada de solterona, y exhibe con cierto orgullo sus enormes pechos, que atraen la atención descarada de los curiosos. A decir verdad, estoy aquí por ellos. Los imagino en mi boca y me excita la idea de saborearlos, la imaginación a veces te juega estas malas pasadas.

Aunque se esfuerza, me aburren las aventuras desgastadas de su monótona vida y el aroma a soledad que su perfume no consigue camuflar. Sin embargo, ella parece divertirse. Mira a su alrededor con expectación, se ilusiona con cualquier novedad, y sonríe como si lo pasara genial por el simple hecho de estar aquí. No hay que ser muy listo para saber que lleva tiempo sin tener una cita, pero en mi lugar podría estar sentado cualquier otro y ella no apreciaría la diferencia Apenas la escucho cuando recuerda los buenos tiempos, aquellos en los que creía en cuentos de hadas y soñaba con noches románticas frente de la chimenea, y me distraigo pensando si sería demasiado pedir que me la chupara en el baño.

Dos copas son suficientes, y lo mejor es marcharse. Ella acepta a regañadientes apurando hasta la última gota de Coca Cola, como si fuese una niña a la que se le acaba el recreo. De camino al coche, cansado de esperar que la vida me ofrezca algo mejor, decido besarla. Sus labios son gruesos, y dejan en mi boca un sabor de cartón húmedo. No necesita más para invitarme a su casa. En el trayecto apenas hablamos, somos dos desconocidos que comparten un beso suelto en un semáforo.

Su casa, pequeña pero acogedora, está empapelada con grandes fotografías antiguas de actores de cine negro. La luz anaranjada de la lámpara embellece el escote de Nuria, que se suelta el pelo delicadamente. Mientras se quita los pendientes, me aproximo a ella por la espalda y comienzo a jugar con los rizos de su nuca. Mis labios se deslizan por su cuello y mis manos calientes por fin exploran sus preciosos pechos. Nuria se vuelve y me besa sin pasión alguna, deseando que todo acabe cuanto antes, pero eso a quién le importa.

Su indiferencia me excita, y la arrojo sin miramientos sobre la cama. Para mi sorpresa, se baja dócilmente las bragas ofreciéndome su grupa con desinterés. La coloco a cuatro patas y comienzo a penetrarla con fuerza. Su sexo apenas se humedece con mis embestidas, pero sigo empujando cada vez más profundamente. Nunca un coño me ha parecido más vacío estando tan lleno. Cuando termino jadeante sobre su espalda, se gira y sus ojos displicentes me miran por encima de sus hombros con alivio. En silencio, se vuelve hacia la pared indolente y se refugia bajo las sábanas como si yo ya no estuviera allí.

Cuando cierro la puerta, la noche ha colmado la soledad de Nuria, y amainado el traicionero impulso de mi bragueta.

La vida no consigue salpicarme.

0 respuestas a «Quid pro quo»

Que bonita manera de contarlo… me encantaría poder conocer la versión de ella…
¿amor, sexo? ¿hacer el amor, follar? palabras que se quedan cortas para expresar todo lo que hay por ahí dentro de todos.

Pablo Neruda dijo, para que nada nos separe, que nada nos una. Es un simple intercambio de intereses, compañía a cambio de sexo y sexo a cambio de compañía… dos puntos de vista diferentes de un mismo egoísmo…

Paseando de nuevo por proscritos noto los zapatos húmedos. Posiblemente haya pisado algún charco profundo sin darme cuenta.

Gracias por vuestros comentarios.

Vaya.
Si el macho estuviera tan presto a ocuparse de sus hijos como lo está en seguir la dictadura de su falo, seguramente los juzgados de familia estarían mucho más descongestionados.

Revulsivo…

El protagonista del relato necesita follar, vive bajo la dictadura de su falo. Pero la chica se va a la cama con él porque ella necesita compañia: vive bajo la dictadura del amor.

En una noche tonta, ella puede quedarse preñada, sí.
Pero eso no es culpa de los hombres, sino de los sistemas reproductores.

Si los machos no vivieran bajo la dictadura de su falo y las mujeres pudieran renunciar a su necesidad de amar a alguien, no existirían los juzgados de familia (aunque conste que no entiendo a qué viene hablar de los juzgados de familia en un relato de solterones)

Ja mía,
no creo quel Revulsivo haya hecho una crítica literaria del relato de estos 2 solteros.
Yo lo entiendo así: si los tíos fueran tan raudos y veloces para comprometerse con su responsabilidad como padres, como raudos y veloces son a la hora del fornicio, seguramente los juzgados de familia estarían muchos más ligeros.
Vamos, es que no hay más cera que la que arde.
Ah, otra cosa es la pava que bien describe un prototipo de hembra lastimera (porque fornicar para no correrse es como oler y ver tu comida favorita y no poder degustarla). Por cierto, hay muchos psquiatras y psicólogos trabajando en ONgs. Esto tampoco tiene nada que ver literariamente con el relato, sin embargo, como lo de la velocidad para fornicar y punto, viene a cuento colateralmente.
Visto para sentencia.
Siguiente relato.

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