por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original: hotelagir
“Hay tres tipos de libros, los malos, que uno descarta casi de inmediato. El que te atrapa, te produce adicción y lo terminas leyendo de un sopetón. O el que también te atrapa, dejas de comer y dormir por leerlo, volviéndose un cachito de dulce que no quieres que se acabe. Lo guardas para ocasiones especiales. Para leerlo sólo cuando nadie te molesta y puedes adentrarte en él, encariñarte con sus personajes y sufres cuando el final se acerca”. Esto me escribió Andrea Bolívar desde Munich. Me pasó una lista de las lecturas que tenía reservadas para este verano y me preguntó por lo que estaba leyendo.
En México al acercarse junio nos torturan con los estrenos de cine, películas taquilleras, infantiles o de grandes explosiones. Sin embargo, en países europeos, como España, la gente habla sobre lo que leerá en el verano. Hacen su agosto en mayo, en la feria del libro del Parque del Retiro y salen cargados de lecturas que devorarán en la playa o tumbados a la sombra de un árbol bananero de los muchos que abundan en las plazas de Barcelona. Su economía les da para eso. Viajar por Europa en agosto es ver a medio continente de vacaciones. Un mes completito. Cuando les he dicho que en México, al primer año de labores sólo corresponden seis días de asueto y luego, uno más por cada año, no lo pueden creer. ¿Pero a qué hora leen?, me preguntan.
Tengo relacionados ciertos títulos con historias de amor o viajes, con momentos de mi vida que me han marcado. Cuando en el verano de 1983 me operaron de la columna, como no podía sostener un libro, mi madre me leía al lado de la cama. Yo le pedía historias de la Segunda Guerra Mundial y ella insistía con algo sobre los zares de Rusia o Catalina de Médicis. Uno de caballería, por lo menos, le pedía y lo más cercano fue una biografía del mago Merlín. Cada viaje ha estado influenciado por un libro. He preferido hacer los recorridos de día, en trenes y autobuses, para seguir leyendo. Hace cuatro años pasé una larga temporada en Buenos Aires. Al estar al borde de la ruina emocional me refugié en la intriga de La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa y me divertí tanto con las Travesuras de la niña mala que no supe lo que haría al terminarlo.
Así llegué a las dos recientes novelas de Jordi Soler: Los rojos de ultramar y La última hora del último día, ficciones sobre su propia vida y la de su familia en la selva veracruzana, cuando su abuelo llegó huyendo de Franco en plena Guerra Civil española. No me es complicado alternar la lectura de dos o tres libros. Es como hacer zapping con el control remoto de la televisión. Tengo uno para leer en la cama. De bolsillo para viajar en el metro. Grandes historias para largos viajes. Suplementos culturales de periódicos para la hora de la comida. Libros que me digo, éste es para leerlo en mi sillón favorito al atardecer. National Geographic me espera en el baño, sus páginas ecologistas me ayudan a reflexionar sobre el ser y la nada. Pero cuando estoy más preocupado y siento la tensión a punto de hacerme estallar, recurro de nuevo a la poesía, a los consejos de Borges, al amoroso Pedro Salinas o a la sabiduría simple de Roberto Juarróz, en el instante más quieto de la noche, a punto de dormir.
Desde mayo, cada semana me llega a mi bandeja de entrada las novedades de Casa del libro. Hago la lista de mis posibles compañeros de ruta. Aunque aquí no hay lo que ofertan en España, los sábados voy de compras a las librerías de Miguel Ángel de Quevedo, al sur de la ciudad. Comparo precios, me encuentro con otras novedades y al final salgo con menos libros de lo que me esperaba. Hace unos días terminé Tokio blues de Haruki Murakami y sentí la nostalgia del amigo perdido que me cuenta Andrea en su correo, así que continué con otro del mismo autor, Al sur de la frontera, al oeste del Sol. Pero como no me ha atrapado tanto, le he metido un poco más de suspenso al verano y empecé a leer La máscara de Ripley de Patricia Highsmith.
Este verano, el cine me tiene sin pendiente. Ni Terminator ni G.I. Joe ni La era del hielo 3 o Fuerza-G, se podrán comparar con Amos Oz o Tryno Maldonado y su Temporada de caza para el león negro. Como no tengo televisor, seguiré Lost con la tercera temporada de El Pantera, me perderé por enésima vez Miss Universo y a Jacqueline Bracamontes en Sortilegio. Y como ya no tengo vida de príncipe, me tomaré mis correspondientes seis días de vacaciones hasta el próximo verano.
0 respuestas a «Este verano»
Se te extrañaba Rodolfo.Tus relatos tienen la particularidad, al menos para mi, de sensación olfativa,no conozco Mexico, y lo huelo a través de tu palabra,no es poco.Lo social se impone aun en los conceptos que pretenden pasar inadvertidos o «maquillados» desde el humor, pero se nota que te duele «el mundo»,como suelo decir corrientemente en mi visita al terapeuta amigo.Y la contrapartida del dolor que se trasunta en la vocación de comunicar, y en esa nostalgia de no poder desprenderse de ese libro «tan aromático y apetecible».También se adivina el humor, otro compañero inseparable.Es un placer encontrarte.Susana (una mujer argentina).
Hola Susana:
gracias por tus palabras. Me duele el mundo, sí, como a todo aquel que se da cuenta de las injusticias. Yo viví casi dos años en Buenos Aires y conozco un poco de tu gente y sus nostalgias. Extraño mucho la vida que llevé allá, los libros, librería y escritores de allá.También creo que a veces el humor está más cerca de la tragedia de lo que uno cree y desde ahí me gusta escribir, darle la vuelta a la fatalidad.
Saludos desde la lluviosa Ciudad de México,
Rodolfo Naró
Hola Rodolfo, es verdad el humor está muy cerca de la tragedia, gracias a el la atravesamos, la cercamos, la redondeamos, la burlamos la «ninguneamos» (como decimos nosotros) cuando pasamos x encima de lo que no queremos, y de pronto nos encontramos vomitando risa genuina que pone el manto de piedad que corresponde al momento.Nos duele el mundo, «Mexicano», eso es extraordinario: y «Dantesco al mismo tiempo.Espero que Buenos Aires haya sido «amigo» en la temporada que te tocó pisarla, al menos te haya permitido aligerar tu crisis.Somos nostágicos,sufridos, algo individualistas,prestamos orejas, vanidosos,etc etc.. espero te hayas topado con algunas de estas condiciones y con tu sensibilidad, desde ahí: «hayas dado vuelta a la fatalidad,Un abrazo.Susana (una mujer argentina)
Susana:
viví muy bien en Baires a donde pienso pronto volver. No aprendí a bailar tango, pues el ritmo es una de mis mayores fatalidades, pero disfruté otros momentos de gran intensidad y lo más importante, amé y me amaron.
Besos,
Rodolfo Naró
Hola Rodolfo: nada mas y nada menos… amaste y te amaron,¡¡que bien te trató Buenos Aires!!, lo del tango (que es hermoso) bailarlo, es privilegio de pocos (y no obligatorio) escucharlo, placer para quienes, nos gusta.Que vuelvas y disfrutes.Abrazo.susana ( una mujer argentina)