Por Miguel Pérez de Lema
Leí hace poco una inteligente definición de discoteca: una discoteca es un baile de pueblo con paredes. Efectivamente, el baile de nuestros abuelitos, con sus farolillos y sus restregones furtivos de cebolleta, es una constante antropológica de todas las sociedades. Y al baile va asociado, en cualquier época o lugar del mundo, a la embriaguez y a la expectativa –casi siempre frustrada- de encontrar alivio sexual.
Resulta que desde hace un tiempo los chavales están liberando su baile de las paredes. Y volviendo a embriagarse en la calle. Esto ni mucho menos es nuevo. Hay quien se pasó todos los ochenta con la litrona de Mahou en la mano sin entrar a un bar ni a hacer pis (lo hacíamos, sin complejos, contra una tapia). Lo que sí es nuevo es la prohibición.
Los muchachos han querido liberarse de las paredes de la discoteca, de sus normas, sus atropellos, su robo organizado, y les sueltan a la policía. Personalmente tengo una experiencia discotequera casi nula (padezco claustrofobia y aversión al ruido) pero entendí a mediados de los noventa que su futuro era poco prometedor. Una noche, por casualidad y porque no había nada más abierto, entré en una, quise lavarme las manos y habían cortado el agua. Era su forma de defenderse de la incipiente moda de las pastillas, que por un precio ridículo libraban a la gente de pagar sumas delirantes por un wiscola. Los chicos se empastillaban y se pasaban la noche amorrados al grifo del lavabo. Así que al enemigo ni agua. Si quieres lavarte las manos, chavalito, te compras una botellita de Fontbella por un precio similar a todo lo que llevas en los bolsillos.
Resulta que los chavalitos son menos tontos de lo que pensábamos. Sacaron de sus bolsillos la quinta parte de lo que cuesta una botellita de agua, lo juntaron, y marcharon al chino de la esquina a comprar suficiente alcohol para tumbar a un regimiento de húsares. Otras pandillas hicieron lo mismo. Y ocuparon las plazas y las calles del centro, en su improvisado baile sin paredes. (Que, repetimos, no tiene nada de nuevo).
Desde luego, son ruidosos y sucios. Pero, precisamente de eso se trata. Porque estamos en España, y aquí el baile tiene una variante mayor y sagrada: “la Fiesta”. Cualquiera que haya estado una fiesta popular –cuanto más pequeño y bárbaro sea el pueblo más pura es su esencia- sabe que la fiesta tiene unos códigos no escritos e inalterables. La Fiesta consta de una subversión de las normas, por la que se acuerda tácitamente hacer lo prohibido ordinariamente: embriagarse en publico, hacer ruido y ensuciar la calle.
Tenemos por una parte la Disco represora e hiper organizada, con su sala vip de los cojones, y por otra parte la fiesta pública, libre, gamberra, imprevisible, catártica si hay suerte y viene la poli y corremos un rato.
A esto, los clásicos lo llamaban lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Hablar de Apolo y Dionisos para referirnos a una época tan mongoloide y castrante como la nuestra, es ponerse un poco estupendos. Pero si lo pensamos en serio, la base de todo esto es intemporal y la historia no hace más que repetirse con nuevos envoltorios.
La mención de lo apolíneo y lo dionisiaco nos lleva a citar una nueva división del mundo contemporáneo más fácil de entender. Se trata de la compartimentación del mundo globalizado entre entornos controlados y espacio chatarra. (Disculpen que no recuerde el nombre del autor de esta teoría, pero por lo que me pagan no pienso levantarme a comprobarlo). Como ejemplo de espacio controlado tenemos las urbanizaciones privadas, los centros comerciales, los parques temáticos y, cada vez más, los centros de las ciudades. Como espacio chatarra va quedando casi todo lo demás, los suburbios, las escombreras espontáneas en la cuneta de la civilización, las familias desestructuradas, y también, algunos países enteros.
Resulta que cuanto más nos esforzamos por vivir en entornos controlados, limpios y seguros, (Tu ciudad de vacaciones) ajenos al dolor y a la enfermedad, y, en definitiva, negadores del caos, más necesario se hace tener una vía de escape –temporal- al espacio chatarra. De la oficina a casa, pero pasando por la Babilonia de la Casa de Campo, por ejemplo. O de la Universidad al chalet de Papá, pero pasando por el 2 de mayo. ¿me sigue alguien?
Toda esa multitud de niñatos del botellón –yo fui, por supuesto, uno de ellos-, no hacen más que responder a la llamada de la selva, de las hormonas, y de la antropología. Podremos gastarnos el dinero que queramos en peatonalizar y empedrar de granito el centro de la ciudad, que al caer la noche, sólo servirá para que los vómitos y los vidrios rotos rueden más espaciosamente.
Para demostrar que no soy insensible, aunque probablemente debiera de serlo, quiero decir que me apena tanto como a cualquiera que muchos de esos chicos del botellón sean tan estúpidos que no se sepan buscar ninguna otra compensación alternativa, y mejor. Y sé que unos cuantos, efectivamente, acabarán siendo alcohólicos. Pero, ¿el botellón es la causa o el síntoma? Por lo demás ¿quién dijo que no hubiera riesgos en la vida?
Por otra parte, como fui un chico del botellón de los de antes de que se llamara botellón, sé que todo esto es un asustaviejas de telediario. Si se molestaran en acercar la cámara y hablar con los chicos, sabrían que la mayoría son tan inteligentes, creativos, responsables, e idiotas, como los jóvenes de cualquier época. Si les peguntas, te dirán que tocan en un grupo, que dibujan, que hacen virguerías con sus superordenadores, que están en tercero de derecho, que pasan costo ¿se sigue llamando costo?, que han dejado embarazada a la Vanesa, qué marrón, que su vieja está loca. Como todos, coño.
Si sirve de apoyo a mi argumentación, diré que soy una víctima directa desde hace diez años de la transformación nocturna en espacio chatarra del centro de Madrid. Pero, por eso mismo, he pensado mucho sobre este asunto, y creo que, aunque estos niñatos no me dejen dormir, son uno de los últimos coletazos de una humanidad que pelea por afirmarse y ser algo más que figurantes de plástico en un entorno controlado.
0 respuestas a «Entornos controlados Vs espacio chatarra (más reflexiones sobre el botellón)»
me quito el sombrero. También fui jovencito de litrona y porro.
Maestro: le ahorro el suspense, elijo el reverso tenebroso de la fuerza.
Conozco este texto. Lo recuerdo. Trata -tratamos- de dejar claro que el urbanismo también es campo de batalla. Y llevamos las de perder.
El botellón es un avance sobre la discoteca, si bien también es poca cosa.
El término espacio chatarra es muy clarividente. Creo que describe mejor los engendros residenciales para la clase obrera, tipo La Ventilla o Caranachel, que el centro, por mucho que los jóvenes se empeñen en mearlo todas las noches.
un abrazo,