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Agosto

por Kurtz
Fotografía en contexto original: eldilemadehamlet
agosto

A mediodía el sol pega plano sobre las aceras desnudas de la Castellana. El calor no da respiro desde hace tres días, y la ciudad parece aplastada por un manto cálido que invade todo. Camino calle abajo buscando la estación de metro de Nuevos Ministerios, pero el trayecto se hace más largo de lo normal. En la boca de entrada, una señora intenta bajar el carrito de su bebé, pero soy incapaz de ayudarla. Estoy cansado y me molesta el sudor pegajoso de la camisa.

La estación está fresca, pero mucho menos de lo que debería. Mientras espero la cola de la taquilla, una gota de sudor resbala por mi espalda como si descendiera el Cañón del Colorado. El taquillero tiene las manos sucias y los ojos pequeños. Realiza su trabajo en silencio, lo cual agradezco, y avanzo en dirección al andén con la extraña sensación de que detrás de mí, como si fuese una sombra, una lengua de fuego me persiguiese escalones abajo.

El próximo tren llegará en seis minutos y decido sentarme. No hay mucha gente, y al fondo se escucha el móvil a todo volumen de una pandilla de raperos. Llevan ropas anchas, como si quisieran camuflarse de ellos mismos, pero saben que es una batalla perdida. La música suena distorsionada y me molesta. Por un instante pienso en acercarme a ellos y pedirles que la apaguen, pero seguramente no me harían caso.

Encuentro una butaca libre al lado de una pareja cargada de resignación. No saben lo que es el amor, pero están tan solos el uno sin el otro, que seguramente hayan decidido vivir juntos el resto de su vida. Ella ahoga sus ansias de aventura leyendo el último libro de Stieg Larsson. Él se entretiene mirando las noticias que dan en una televisión colgada del techo.

El tren aparece en la estación. La gente se mueve con pereza hasta las puertas y espera la salida de los viajeros. Todo es tan mecánico que asusta. Sin darme cuenta sigo sentado en mi asiento. La estación se vacía y queda en silencio. Tendré que esperar el próximo tren.

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Es el tercer agosto en mi vida que paso en Madrid. Mi genética no está preparada para la intensidad de este calor continental.
Estoy, otra vez, en el punto de partida: sin casa, sin coche, sin la Estrella que ilumina mi vida… pero… ¡con un trabajo que me fascina y me alicienta cada día!
He redescubierto la cotidianeidad del metro, ¡después de tantos años que ni recuerdo! Degusto cada día el paseo delicioso hasta él, cuaando la ciudad apenas empecieza de despertar. Me encanta. Me encanta el paseo, respirar el aire aún puro y lo que me encuentro hasta llegar a él.
He redescubierto el placer de la lectura, gracias al largo trayecto que tengo que hacer en el metro. Ya he leído 2 novelas, cosas absolutamente imposible e impensable en mi etapa anterior, en la que arrañar unos minutos para leer era casi una quimera.
Me estoy enamorando otra vez de Madrid.
Me estoy enamorando de mi nueva vida.

Supongo que todos, en alguna ocasión hemos dejado de ayudar a alguien que lo necesita. Kurtz a la mujer con el carrito de bebé. Otro mes de Agosto (a lo mejor la apatía la provoca el calor) entré en el portal de mi nueva casa y vi a la vecina del bajo achicando agua. Y, con la excusa de que allí no conocía a nadie, me escabullí escaleras arriba sin ofrecer mi ayuda.
Ni ella ni yo vivimos ya allí.
Pero siempre que me acuerdo, me avergüenzo de mí misma.

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