Por César de las Heras
Miro entre cuadrículas. El suelo es de cemento, es frío, es duro. Nunca le hice a nadie el mal, es más, no conozco el mal, no sé de que se trata. Me gusta el bosque, sus árboles, sueño con acercarme a olerlos, con dejar de contarlos y correr sorteándolos, con tumbarme cerca de ellos arropada por su sombra. Tengo cinco años y una capa negra que me envuelve, pelo calentito. Somos doscientos de todos los tamaños, algunos tenemos un pasado cruel, un saco de tristeza sobre los hombros que nuestras cuidadoras se afanan por quitar.
Dos ojos oscuros buscan dueño para poder querer, pero no es fácil, en un mundo de marcas, los mestizos tenemos un abrazo menor. Soy lista, alegre, mi rabo no conoce el engaño y se agita en las oportunidades más insospechadas. Yo no entiendo nada.
Somos doscientos, una dosis de cariño turbadora que llega al corazón de los poquitos que nos quieren, de los que cada día luchan para que tengamos algo de comer. La realidad se encierra en unos metros, protectora literal que emite ladridos confusos, ladridos lejanos que se silencian entre la desgana y el desconocimiento de gentes ocupadas en una próxima compra efímera. Unos van, otros vienen, unos se van quedando, otros envejecen. Aquí estamos doscientos, nada de valor, somos doscientos empadronados en la nada. Seres indefensos, nobleza embadurnada de besos con lengua que encerrados en paredes de metal esperan que la supervivencia continúe.
¿ Los derechos son de los más fuertes? La vida que espera a la raza vertical significa plástico almacenado en sus almas. La mirada enfocada en los ombligos solo admite la contemplación de leves variaciones de temperatura, oscilaciones térmicas, ritmos de sombras que son realmente insuficientes. Se quedarán solos, y por las noches, solos en sus camas o incluso solos tras un sexo de aliño, se darán cuenta, tomarán conciencia, que la nobleza, que lo bueno, que lo que te ha querido sin saber de condiciones merecía la pena. Curioso el hombre que es capaz de crear belleza con la misma fuerza que la destruye, curioso personaje, capataz singular de pensamientos puros y acciones inmediatas. No nos damos cuenta de qué forma se está arrinconando a la belleza. Por qué el hombre se comporta impasible ante la desconfianza de los animales. Cómo es que no se entristece al verlos correr, huir, escapar de sus cercanías ocultándose, alejándose. Los árboles se inclinan con el viento como excusa, pero la realidad se encierra en un pavor anclado entre raíces.
Somos doscientos, los sentimientos y la nobleza portan pelo animal. La escasa luz que va quedando ya no es capaz de cegar la codicia de los hombres.
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0 respuestas a «Los doscientos de la póntiga»
Gracias por comprender. Nada que escriba, diga o incluso piense superará tu forma de explicar y condensar nuestros sentimientos y los de los 200 de La Pontiga. Nunca había llorado tan a gusto.
Gracias por narrar ,todo lo que, los que queremos a esos animales, llevamos por dentro y no logramos encontrar las palabras adecuadas para trasmitir y mucho menos hacer una descripción tan bella y a la vez tan triste de su día a día.
Hace falta ser una persona sensible para quererlos, o sencillamente ser persona, pero para poder quererlos y además trasmitir desde dentro hacía afuera hace falta ser una persona excepcional.
Gracias por lo que les has escrito.
Me encanta lo que habeis escrito.
Es un claro respeto y amor hacia ellos, se lo merecen.
Ojalá pudiera llevarmelos todos acaso y darles todo el amor q se merecen.
Abrazo
hey, césar, no vale usar el blog para ligar, jajaja. Qué de fans te han salido