por hija de cristalero
Fotografía en contexto original: 3viajesaldía
Hoy es su primera noche.
Hoy me estreno como madre que tiene hijos en edad de trasnochar.
Salió por la tarde, como todos los días, y pasó por casa para cenar. Había quedado con sus amigos a las doce menos cuarto y le sobraba tiempo, se puso a leer Harry Potter para acortar la espera, y no pude evitar sentir cierta ternura por el pequeño juerguista trasnochador.
Está en la edad de conocer la noche, ese universo atractivo y peligroso.
Ahora tecleo en la tranquilidad de mi casa hasta bien entrada la madrugada y me da mucha pereza salir, pero pertenezco a esa generación que cada noche quemaba Madrid. He salido mucho, he puesto copas en bares de copas- no confundir con “bares” a secas-, conozco drogadictos y drogas de todos los colores y, sobre todo, pertenezco al grupo de los que supo nadar y guardar la ropa.
Pienso en todos los amigos y conocidos que no supieron salir de la noche, que siguen acodados en la misma barra, frecuentando los mismos camellos, viviendo desde hace treinta años la misma noche una y otra vez. En los que murieron demasiado jóvenes y en los que han quedado demasiado idiotas para el consumo humano.
Y espero haber sabido prepararle para lo que le espera ahí fuera.
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Y lo que te queda por esperar a ver que aprende tu hijo por el camino, que no vale solo las clases teóricas en casa…
He llegado a pensar que disfrutar y sobrevivir el «noctambuleo» depende de la tendencia al vicio (y control de él) de cada uno. No se si vendrá definido por genética, educación o cierto tipo de inteligencia vital o capacidad de supervivencia. Ese nadar y guardar la ropa, hacer uso y no abuso parece un don que salva o condena caprichosamente. Espero que la providencia mantenga alejada la curiosidad natural y desbordamientos vitales de nuestros hijos de esos adulterados o falalmente cortados «viajes».
Y de paso aprovecho: LEGALIZACION!!!!!!!!!!
Coincido con Miguelón, y en el caso de mis propios hijos, rezo para que la educación pueda contrarrestar el influjo genético y para que desarrollen el sentido de la supervivencia más que algunos de sus ancestros.
Las leyes jamás han frenado la curiosidad de los jóvenes, más bien todo lo contrario: lo prohibido es lo que mola. Siempre ha habido y habrá quien sepa nadar y guardar la ropa (consumidores) y quien destroce su vida (adictos), y las leyes no tienen nada que ver en eso.
Los adictos son enfermos a los que ninguna ley detendrá, no necesitan penalización, sino tratamiento.
LEGALIZACIÓN YA
Da para varias interpretaciones el texto de la autora del art. pero lo que entreveo, no es tanto la sensación de ternura ante el hijo con su primera «noche» sino el eterno miedo de las madres, mas allá de los ancestros.El tema no es la legalización, pero vamos… cómo ronda.Recuerdo al Nano Serrat (cuando mis hijas eran adolescentes…»que va a ser de ti lejos de casa , niña que va a ser de ti…».Y yo tuve miedo.Susana( una mujer argentina)
No se trata de saber nadar y guardar la ropa. El cerebro humano está lleno de incógnitas y, una de ellas, que no sabes cómo va a responder, ni siquiera, a la que crees que será la única y primera ocasión de exponerlo a estupefacientes. No conozco ningún adicto que dijera: «yo quiero ser adicto». Tampoco conozco a ningún adicto feliz. En este serio y triste asunto, la genética (nature) y el ambiente (nurture) solo pueden ser vencidos por un estado constante de alerta, para no iniciarse.
Pedro Ernesto, discrepo. Cuando yo era adolescente, me inicié- como todos los chicos de aquella generación- en el consumo de alcohol y drogas. De los que éramos entonces, unos se hicieron adictos, otros no volvieron a probarlo y otros siguen disfrutando de pequeños placeres con moderación y tranquilidad y llevan vidas dignas de ser vividas(como el que sale a tomar unas cañas los fines de semana, por ejemplo).
Lo peor para prevenir las adicciones es hablarles a los niños del «coco». Por mucho que les digas que las drogas son muy malas, cuando vean a sus amigos partirse de risa después de un par de copas, acabarán probando el alcohol.
Confiar en que un adolescente quiera ser el rarito de su pandilla, es tener demasiada fe.
Personalmente, pienso que es mejor decirles la verdad: que todo en exceso es malo. Y que de ellos dependerá el uso que le den a todo lo que tienen ahí al alcance de la mano: no sólo las drogas y el alcohol. También la videoconsola, el ordenador, la tele, el sexo… En fin, estamos vivos de milagro.