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No hay palmeras en la ventilla, 7

por Juan Hoppichler
Fotografía en contexto original: barilochenyt
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No podía más con el aburrimiento de ese hotel. Mi padre se comprometió ayudarme si volvía a Madrid a estudiar. Mi padre. Su primer trabajo cuando llegamos fue de taxista. Yo era un niño cuando le invitaron a una cena navideña en el trabajo y se puso como si esto fuera Rumanía, con sus mejores galas: zapatos brillantes, corbata y camisa blanca, un collar de oro, un sombrero elegante… Fue dispuesto a cantar y bailar con las administrativas hasta la madrugada. Cuando llegó se encontró a una docena de taxistas gordos en vaqueros que le convirtieron en el centro de todas las bromas. Fue su primera gran desilusión. No volvió a ninguna cena navideña de trabajo. Muy pronto dejó de contar para nadie.

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