por Claudio Molinari (enviado especial al siglo VI antes de Cristo)
Occidente siempre buscó universalizar su cultura creyendo –y no podía sino creer algo así– que, al hacerlo, incorporaba a los países “occidentalizados” a una civilización superior. Inglaterra tuvo éxito en esa empresa. Y Estados Unidos la heredó y hoy la propugna con la misma convicción. El concepto que surgió –como consecuencia, también, del poder “universalizador” de los mass media– fue el de globalización. Luego del atentado del 11-S, la potencia del Norte, la superpotencia que garantiza e impulsa la globalización del Occidente actual, se sintió poderosamente herida. No imaginamos todavía hasta qué punto. Y los países que se resisten a la globalización norteamericana afirman su diferencia. Que un país afirme su derecho a ser diferente a la universalización que propone un Imperio es un signo de debilidad para ese Imperio. Se debiera suponer que la gran potencia bélica se basta para imponer su cultura como la cultura de todos, como la “cultura universal”. No puede haber “diferencias” cuando se plantea un “orden global” y más aún si ese “orden global” responde a la estrategia de una “guerra global”.
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Los anglosajones no crearon un imperio sino una red colonial. Y en ello siguen.
El colonialismo no construye, sólo traslada mercancías.
El imperio era un esfuerzo permanente de civilización -como el que hizo España en 200 años, creando ciudades a lo largo de todo un continente inmenso-.
Recuerda la escena de la vida de Brian cuando dicen aquello de ¿qué han hecho los romanos por nosotros?… las calzadas, el acueducto, la seguridad…
Roma vincit.