por Tímido Celador
Todos duermen.
Excepto el Guru y yo. Estamos en la galería oyendo y oliendo la lluvia con las puertas de cristal abiertas mientras él fuma un porro de marihuana.
Cultiva unas cuantas plantas en la parte más silvestre del jardín. Nadie me ha dicho nunca que deba impedirlo, nadie me ha dicho qué protocolo hay que seguir si un interno se hace un porro mientras charla conmigo. Y no es algo sobre lo que piense preguntar.
– ¿De verdad nunca has fumado marihuana? – se asombra desorbitando los ojos.
– Nunca.
– ¿Quieres probar?
– No, prefiero seguir virgen en ese aspecto.
– Me da la sensación de que eres virgen en muchos aspectos ¿me equivoco?
– No.
– Y, sin embargo, quieres aprender.
– ¿Es necesario fumar para aprender?
– No. Pero es necesario sentir curiosidad.
– Siento curiosidad, pero no por las drogas.
– Las drogas, las drogas, las drogas- me imita con un gesto muy serio y un tono de voz muy cómico- . La vida es una droga.
– ¿Por qué fumas tú?
– Porque la marihuana me ayuda a entrar en contacto con Dios, me ayuda a fluir.
– Entonces ¿los que se drogan hablan con Dios?
– No. Depende de quién las tome. Hay gente que nunca debería probarlas. Siempre fueron para el hechicero de la tribu, que era el que pintaba los mamuts en las paredes, era el que creaba esperanza en la manada. El problema es que ahora todo el mundo las consume masivamente, que la mitad de las drogas que se meten están cortadas con productos químicos o muy nocivos, y lo que es peor: que las consumen sin otro objetivo que consumir. No las utilizan como un medio para llegar a un fin, para ellos la droga es el fin en sí mismo. Y es entonces cuando, en lugar de entrar en contacto con Dios, entras en contacto con el infierno.
– Por eso no quiero probarlas, me haría adicto enseguida.
Se queda pensativo mirando la lluvia, que platea bajo la luz de la farola del jardín. Supongo que la marihuana ha comenzado a hacer su efecto. Hasta yo, que no la he fumado, me siento raro, con ganas de sonreír y relajarme.
– Y eso es lo que te pasa con las mujeres.
– ¿Qué me pasa con las mujeres?- noto que me ruborizo, pero él sigue mirando al exterior.
– Follas muy poco, se te nota. Eres joven, eres guapo, eres inteligente, eres simpático… ¿por qué no follas? ¿Eres gay?
– No, que yo sepa.
– Entonces ¿cuál es el problema?
– ¿Quién dice que haya algún problema?
Él está sentado en un sofá de mimbre, frente al paisaje, yo estoy a su derecha, sentado en un sillón de dos brazos. Se vuelve hacia a mí con una agilidad animal que sorprende en un hombre de su edad. A veces, cuando le veo moverse, comprendo por qué es un líder nato: es especialista en sobrevivir. A cuerpo de rey. Me está mirando con una ira que tarde o temprano habría de asomar en un hombre de su carácter.
– Creía que querías aprender- me dice con ojos glaciales.
No sé cómo responder para que no se ofenda, no sé qué decir, no sé continuar la conversación. Pero él se encarga de sacarme del atolladero intelectual.
– Yo sé que tú follas muy poco, igual que tú sabes que yo tengo muchas mujeres. Somos machos, nos reconocemos- dice acercando unos segundos su cara a la mía con los ojos muy abiertos y las cejas en guardia- Y siempre andas merodeando cerca de mí, estás ávido de mis palabras, tienes tantas preguntas que no sabes ni por cuál empezar. Y ahora que estábamos empezando tu aprendizaje, ¿vas a negar que tienes conflictos con el sexo?
– Me da miedo hacerme adicto a ellas- confieso al fin.
– Y eso te convierte en un hombre débil. Tú quieres follártelas a todas, pero tienes miedo de que te dominen, de vivir gobernado por tu polla. Y ellas huelen tu miedo, te ven débil y no te comes un rosco. O te lo comes con una desconocida, borracho, a las tantas y en cualquier sitio: un coche, un banco del parque, los baños de un bar…
Sí
sí
sí.
– Con el sexo pasa igual que con las drogas: tu generación lo consume de forma industrial, una experiencia y otra y otra y otra. Para ti follar no es un medio para lograr un objetivo, follar es el fin. Y cuando follar es el fin, la vida es una mierda. Y follar, amigo mío, sólo es un medio. Nada más.
– ¿Cuál es el fin?
– Hacerlas felices. Para que no vuelvan locos a los hijos.
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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 11»
Tímido Celador: qué bien escribes, leñe. Y cuánto me gustan las cosas que cuentas. Enhorabuena a ti y a los creadores de este sitio. Es de lo mejorcito que he encontrado en la web (y llevo muchos años rastreando sus páramos y desiertos–en español). Os tengo linkados hace tiempo en mi blog. Un saludo muy cordial. Rick
Muchas gracias, Ricky. Sólo intento ser un atento discípulo y estar a la altura de mis maestros. Parafraseando a la Comandante: vuestros comentarios son viento en mis velas.
Me he dado una vuelta por tu blog y tampoco está nada mal. Aunque a mí me daria palo estar solito en la pantalla, con lo que tímido que soy. Aquí me siento arropado por los otros y puedo parasitar sus lectores (tú eres un ejemplo)
Gracias de nuevo
[…] Y como muy bien dice el Guru: Hay gente que nunca debería probarlas. Siempre fueron para el hechicero de la tribu, que era el que pintaba los mamuts en las paredes, era el que creaba esperanza en la manada. El problema es que ahora todo el mundo las consume masivamente, que la mitad de las drogas que se meten están cortadas con productos químicos o muy nocivos, y lo que es peor: que las consumen sin otro objetivo que consumir. No las utilizan como un medio para llegar a un fin, para ellos la droga es el fin en sí mismo (ver el guru y otras hierbas, 11 ) […]