por Tímido Celador
La mujer que vino a verle hoy se movía con la seguridad de los buenos folladores.
En cuanto estuvo frente a mí, di un paso atrás por instinto de supervivencia.
Sólo soy un cachorrito. Una loba como ésa podría destrozarme en pocos segundos. De ella emanaba un olor por el que cualquier perfumero habría matado, y a su alrededor la temperatura subía dos o tres grados.
Debía ser la Sacerdotisa de la que me había hablado Charlie.
(No me queda más remedio que admitir que el cabrón sabe poner apodos).
La enviada de Satán era mayor que yo, pero más joven que el Guru. Gobernaba su mirada una poderosa sabiduría que me atraía y me atemorizaba a partes iguales. Debió leerme el pensamiento, porque sonrió con burlona superioridad mientras sus ojos escaneaban mi cerebro y archivaban su contenido en algún lugar seguro.
Charlie había practicado un orificio en la pared del baño del oligofrénico de la 346 cuando comprendió la naturaleza del paciente de la 347. Lamentaría estar con gripe y no poder espiar lo que iba a suceder en el cuarto del Guru.
Después de que firmara en el libro de visitas, la Sacerdotisa se alejó calentando el aire en dirección a la habitación del Guru. Él la estaría esperando con los vistosos ropajes que cuelga de su alta y delgada percha cuando quiere ser bandera de la alegría.
O en pelotas.
Cuando ella golpeó la puerta con los nudillos, yo ya estaba empalmado.
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