por Claudio Molinari Dassatti
imagen en el contexto original:acercandonaciones
Anoche, mientras luchaba contra las pulgas, soñé con un teléfono móvil. Cada vez que recuerdo cómo los tirábamos a la basura, me entra la amargura. Después de un rato se me pasa, porque comprendo que lo que en realidad tuve fue una pesadilla. En el fondo, un sueño consiste en imaginar algo que uno desea. ¿Pero quién va a desear algo que ahora mismo no sirve para nada?
Yo tenía una caja llena de teléfonos y cables, porque AdE cada empresa tenía su ficha diferente. En esa época de abundancia se creía que tener cada uno su cable y su ficha era el súmmum de la inteligencia y la personalidad. Y encima, cada vez que se actualizaba el sistema operativo, el teléfono se nos quedaba chico y a comprar otro. Como la ropa cuando eras crío. Recién ahora nos damos cuenta de que los vietnamitas tenían razón: todos con la misma ropa que usaba Ho Chi Minh. Nada de diferencias. Y es que al final tu personalidad es tu propia responsabilidad, no la de los fabricantes de jeans. Nosotros fuimos mucho más borregos que los comunistas, que por lo menos tenían una literatura underground. Nosotros teníamos que leer lo que nos ponían en la mesa de novedades. Nosotros no elegíamos nada. Todos con jeans como espaguetis o abrigos hasta el suelo o zapatos de astronauta. Como borregos… bee, beee, beeeeee…
Hoy uno del refugio me dijo que los de centro están poniendo en funcionamiento una torre que a partir de ahora emitirá noticias. No sé cómo lo harán. Lo que realmente nos vendría bien sería un sistema de avisos y advertencias. Espero que ese sistema sea bien sencillo, tipo telégrafo:
P-e-r-r-o-s E-n P-a-r-q-u-e
L-l-e-v-a-r M-a-c-h-e-t-e-s
Ya sabemos lo que pasa cuando te dan una computadora de la NASA para llevar en el bolsillo. Para mí todo se fue al garete cuando empezamos llevar esa cadena de televisión en la mochila. Porque entonces, en vez de un par de programas cutres flotando en el éter, de pronto hubo millones de programas cutres flotando en el éter. Cada persona era una emisora de televisión (y el infinito, como decía Borges, no es más que la multiplicación del espanto). En ese sentido, esto es lo mejor que nos podía pasar. Porque ahora ya no tenemos que oír los consejos de las celebridades, ni verlos bailar, ni verlos jugar al desafío del balde con hielo, ni ver las fotos de sus comidas, ni sus lujos, ni sus mascotas, ni sus hijos. En ese orden. Y todo haciendo bip a cada rato, constantemente, como la gota de agua de la tortura china.
Repetido miles de veces.
Cientos de miles de veces.
Billones y trillones de veces.