He estado todo el fin de semana pegada al ordenador, siguiendo lo que estaba sucediendo en Francia. He pasado muchas horas conectada a varias páginas que retransmitían en streaming, he buscado información en la red y he leído todo lo que he podido encontrar. La gente se ha echado a la calle no sólo porque ya no puede más, sino porque, además, sabe que mañana va a poder menos que hoy: la aniquilación de la clase media europea sigue su curso imparable.
Como sufrida remera madre de remeros, mis simpatías están con los gilets jaunes, pero desconfío de una revolución sin líder por varias razones. En primer lugar, porque tengo ya una cierta edad y sé que hasta para organizar una paella entre amigos hace falta un líder. En segundo, porque las movilizaciones descontroladas pueden acabar en anarquía. Y a la anarquía suele suceder la guerra y, después, el restablecimiento del orden por algún régimen autoritario –en el peor de los casos, totalitario–. Una revolución sin líder puede ser, además, secuestrada por cualquiera, como ya sucedió aquí con el 15M. (Ahora mismo, en un alarde de lo que Miguel Pérez de Lema denominaría pisuerguismo, los CDrs que intentan paralizar Cataluña están pidiendo a sus miembros que se pongan el chaleco amarillo). Y la tercera y última de las razones por las que desconfío, es porque estos movimientos pueden estar manejados por el poder en la sombra: en la red hay quien dice que tras esta revuelta está Trump , otros apuntan a Putin. Yo no tengo ni idea, de modo que opino por lo que he visto, por lo que he leído y por lo que, como sufridora autónoma española, siento.
Estamos acostumbrados a ver Francia ardiendo a manos de africanos, pero este movimiento es mayoritariamente blanco. En las calles francesas este fin de semana sólo se manifestaban franceses de pura cepa, paganinis de un Estado del Bienestar que enriquece a los de arriba, mantiene a los improductivos y a los recién llegados y empobrece a la clase media. Tampoco vi las típicas banderas de izquierdas que suelen acompañar a estos movimientos, sólo la francesa y alguna -muy pocas- anarquistas.
En toda Europa lleva años produciéndose un divorcio entre el pueblo y la clase dirigente, que nos distrae hablándonos del sexo de los ángeles, los políticos llevan mucho tiempo lejos de la realidad del currito de a pie. Recuerdo que, en pleno tsunami de la crisis, un ministro socialista nos explicaba que la subida de la luz no era para quejarse, porque apenas nos supondría “un café” al mes. A pesar de que gastaba mucho de nuestro dinero en asesores, el ministro no sabía que muchos miles de españoles llevábamos años sin poder tomar siquiera un café fuera de casa. No comprendía que ese euro que para él no era nada, nosotros tendríamos que restárselo al presupuesto de la comida.
Ahora las cosas están un poquito mejor, pero no lo suficiente: los sueldos son bajos, la vivienda y los suministros esenciales son tan caros que los jóvenes no pueden irse de casa y formar su propia familia, mucha gente sigue sin poder encender la calefacción, el que le echa cojones y monta un negocio para sobrevivir sigue asfixiado por el Estado… El fenómeno de los ciudadanos con trabajo que no ganan suficiente para vivir empezó con la crisis y parece que ha venido para quedarse. No hemos terminado de remontar una recesión y ya está aquí encima otra, que arrasará con lo poco que haya quedado de clase media en Europa.
Lo del sábado no sucedió sólo en París, Burdeos y Toulouse no tenían tanta protección oficial y parecían ciudades en guerra. En Bruselas los chalecos amarillos intentaron asaltar el parlamento europeo, en Rotterdam también hubo alguna manifestación, y no sería extraño que este movimiento empezara a contagiarse por toda Europa.
Los gilets jaunes han convocado de nuevo para el sábado que viene con el objetivo de conseguir la dimisión de Macron. No sabemos cómo acabará esto, pero, en cualquier caso, creo que es una evidencia palmaria de que el Estado del Bienestar europeo ha colapsado. Ayer leí en un foro un comentario que me ha parecido un magnífico resumen de la situación: si le quitas las pagas a los inmigrantes subvencionados, arde París. Si les subes los impuestos a la clase media para mantener el status quo, arde París.
Jaque mate.
2 respuestas a «Chalecos amarillos»
Muy Lúcida. Nada que añadir.
Yo si añadiría que, estoy de acuerdo con todo lo que dice Marisol, pero me entristece ver que, al final, se resume en ver a los de siempre muy en su salsa. Quemando coches, rompiendo escaparates, tirando piedras a la policía… Todo muy chachi guay.
Luego al bar a comentar la jugada. Así se pierde toda la credibilidad de todo.