Yo no creo que entraras en la vida política para enriquecerte, probablemente tu intención era salvar al pueblo y alcanzar la gloria, nada más. Pero es evidente que, intencionadamente o no, la política te ha enriquecido.
Cuando te auparon al prime time televisivo para encarrilar el descontento ciudadano, muchos de mis conocidos, incluso los que habitualmente pasan de política, se enamoraron de ti. A mí, que sabía mucho de crear cibermesías revolucionarios y ya te conocía de la época en la que hacías bolos por Intereconomía, sólo me parecías un niñato que no sabía de qué va la vida. Como cualquier adolescente de clase alta.
El Estado se encargó siempre de que nada te faltara: tu madre es abogada de un sindicato mayoritario y tu padre, inspector de trabajo; sus buenos sueldos asegurados de por vida. Y a pesar de que podían, de sobra, haberte pagado la carrera, estudiaste con becas. Ni siquiera a la hora de buscar empleo te pareciste a la gente que dices representar. No tuviste que luchar para encontrar un puesto de trabajo, no tuviste que hacer decenas de entrevistas, no tuviste que competir con otros. Pasaste de alumno a profesor interino en la misma universidad en la que estudiaste, sin hacer oposiciones, elegido a dedo por tu camarilla. Tampoco tuviste que invertir gran parte de tu dinero en procurarte una vivienda como el común de los mortales, porque tenías casa gratis, una VPO que tú o tu madre habíais heredado. No tuviste que buscar trabajo, no tuviste que pagar casa y, por no tener, ni siquiera tenías hijos. A tus casi cuarenta años, no habías tenido que superar ni una sola de las pruebas que a los demás suele ponernos la vida.
Llegaste dónde estás aupándote en otros, como la señorita Nopunto, que era mayor que tú y tenía más experiencia en los tejemanejes políticos. Fue un caso de maestra y discípulo de manual: en cuanto tocaste poder, la cambiaste por otra camarada más joven. Más tersa. Como harían el 99% de los tíos en tu situación. Como es de ley, porque para eso están los maestros: para que los alumnos vuelen solos y enseñen a otros.
Hace unos meses, nos anunciasteis que ibais a ser padres, y me alegré mucho, porque por fin ibas a saber de qué va la vida.
A un bebé no puedes hacerle un escrache para que se calle.
A un bebé no puedes darle un mitin para que no enferme.
A un bebé no puedes relegarlo al gallinero del Congreso.
Un bebé te enseña que no eres el centro del universo, y que harás todo lo posible por protegerlo.
Yo misma me fui a un chalet (adosado, eso sí, tenía pueblo llano a ambos lados) cuando mis hijos eran pequeños. Lo recomiendo. No recomiendo tanto el casoplón que os habéis comprado, habéis cometido el típico error del urbanita: creer que vivir en un chalet es lo mismo que vivir en un piso pero con más espacio. Cuando llevéis un tiempo allí, os daréis cuenta de que un chaletazo es como una amante exigente, un pozo sin fondo de gastos y tareas.
Pero el problema no es que te hayas comprado una casa con lago muy cara de mantener. El problema es que el emprendedor de ese proyecto familiar que ahora eres, el tipo que ha firmado una hipoteca de 600.000 euros en una zona en la que tienes chalets por 300.000, se compadece poco con el revolucionario adolescente que arrastró a las masas hace siete años.
A mí todo esto me da un poco igual, porque nunca creí que tú pudieras mejorar mi vida en nada. Sin embargo, me llama la atención con qué torpeza habéis soliviantado a muchos de vuestros votantes y habéis dado tanta munición al enemigo. Por supuesto, habéis salido en tromba a defenderos, pero creo que estáis errando el discurso. No deberíais hablar de mayordomos del poder ni de conspiraciones de la derecha, pues nadie os ha puesto una pistola en la cabeza para que os hipotecarais. Si dijerais la verdad, la mayoría de la gente que ha superado la adolescencia os entendería.
Y la verdad es que habéis madurado.
Que vais a tener dos hijos, Y, como todos los padres, queréis que vuestros hijos se críen en una casa agradable en un barrio agradable.
Que, después de darle muchas vueltas, os habéis dado cuenta de que alquilar es tirar el dinero y, puesto que habéis llegado a la política para quedaros, habéis decidido hipotecaros a treinta años (no estaría de más que nos contarais cómo habéis conseguido unas condiciones hipotecarias tan ventajosas).
Que, puestos a buscar un sitio tranquilo, habéis descubierto que La Navata es mucho más bonito que Vallecas.
Que entre la gloria revolucionaria y la comodidad burguesa, habéis elegido esta última.
Que, tras dejar atrás los ideales de la adolescencia, sois como quienes nunca os votaremos.
3 respuestas a «Carta de una trabajadora autónoma a Pablo Iglesias»
Coincido con Jorge Wagensberg en que la ética es la estética del comportamiento.
El de estos chicos es muy feo. Y no me refiero tanto a la compra del casoplón (coincido en muchas de tus apreciaciones al respecto, Marisol) sino al plebiscito caudillista al que han sometido a las bases de su partido. Impresentable.
Plebiscito que, cuanto menos, huele a chamusquina. https://www.youtube.com/watch?v=rXNQyfM9Rsw (También hay que tener en cuenta que la fuente es Ok diario…). Que asco de desinformación, que harto me tienen.
Muy bueno, profe!