por Robert Lozinski
Fotografia en contexto original: dondeviven
Hace poco vi en un documental a un niño jugando con dos cachorros de puma. Hubiera sido una imagen hermosa, casi idílica, si tanto al niño como a los pumillas la humanidad no los hubiera tratado miserablemente: el muchacho era un menor drogadicto y los animalitos se quedaron sin madre porque la habían matado los cazadores furtivos. Los tres, animales y niño, formaban parte de un proyecto de salvación conjunta dirigido por un voluntario que luchaba contra la destrucción total de la selva tropical de Bolivia.
Hay personas en este mundo que dedican su vida a la lucha contra la destrucción de la naturaleza (o de lo que aún queda de ella). Son causas personales cuyo esfuerzo no puede tener éxito porque la mayoría ya no entendemos la necesidad de su existencia. Creemos que es la ciudad la que nos ofrece lo que nos hace falta; creemos que las peras crecen en cajas, que el árbol es sólo un adorno de color verde, que la tierra es una superficie asfaltada, que así debe ser el mundo. Ni se nos ocurre pensar que hay también otros mundos, miles de mundo con seres vivos. No se nos ocurre que, para estos seres, allá donde vivan, la vida también es importante. La que importa es nuestra vida y para disfrutar más, y más, y más de nuestra existencia destruimos las vidas de otros. Entramos a saco, quemando, cortando y matando.
En Bolivia desaparecen a diario decenas de hectáreas de selva tropical junto con los bichos que la habitan. El gobierno mira para otro lado, y a los bolsillos bien grandes de algunos pocos fluyen ríos de pasta. La isla del Madagascar la están quemando para que haya más campo donde pueda pastar el ganado, y árboles tan maravillosos como el baobab ya casi han desaparecido. En Rusia la Taiga siberiana cae bajo las sierras mecánicas, que cortan troncos de pinos seculares de considerable altura como las guadañas cortan los tallos finos de la hierba. En Rumanía las montañas están cuidadosamente rapadas como si de testas se tratase. Las talas se notan desde el espacio como unas heridas abiertas. Las lluvias se llevan hacia abajo la tierra que sepulta las casas de los que no han hecho nada para detener la barbarie.
La irresponsabilidad del hombre no tiene límites; destruye en poco tiempo lo que él no ha creado, lo que sería incapaz de crear y lo que ha tardado millones de años en crearse.
El hombre del documental que me había llamado la atención hablaba con pena de lo que pasaba a su alrededor y de su fracasado proyecto. Con pena pero también con simpatía mezclada con una especie de resignación profética: él ha hecho todo lo que ha podido para prevenirlo. ¿Y tú? ¿Qué has hecho tú?
Porque un niño drogadicto jugando con dos cachorros de puma huérfanos podría ser la imagen perfecta del destino al que vamos: es muy posible que no haya salvación para nadie.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena