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Sehnsucht

reyfernando

Miguel Pérez de Lema

Del renacimiento al barroco, o más ampliamente, del clasicismo al romanticismo. En el movimiento pendular de la historia, tras el paréntesis de la nada posmoderna, hemos terminado el impulso racional y vamos adentrándonos, de forma uniformemente acelerada en el territorio de lo mítico, lo espiritual y lo impredecible.

Lo cual que vuelve el romanticismo.

En español no tenemos una palabra como la alemana «sehnsucht». Ni la gallega «morriña» ni la pessoana «saudade» son suficientes, ni por supuesto nuestra escueta «nostalgia» ni la desprestigiada «melancolía». El «sehnsucht» se suele explicar como «la nostalgia de lo no vivido». Aunque es algo más porque implica deseo. Viene a ser la sensación de tristeza por el deseo insatisfecho de no haber conocido algo lejano, un sentimiento imposible de satisfacer porque el objeto de deseo ya no existe o incluso más a menudo porque nunca existió y es un espacio ideal en el que el deseante sitúa aquello que añora, o que cree añorar pues en realidad nunca lo tuvo ni lo perdió.

Cuando Houellebecq cierra su novela «Sumisión» afirmando que el protagonista, tras convertirse al islam: «no extrañaría nada», está concluyendo un proceso romántico de «vuelta a los orígenes». Su protagonista, desencacajado en la agonía final de Occidente, no tiene nada real que echar de menos del mundo que termina y detesta. Y cree encontrar en los valores tradicionales musulmanes un consuelo a su pérdida de sentido de la vida, recuperando «algo similar a lo que tuvo su padre» en la primera mitad del siglo XX. Una suma de ilusiones románticas que solo pueden lleva a una desilusión mayor.

El protagonista, a lo largo de la novela, experimenta el «sehnsucht» por el cristianismo, e incluso ingresa en un monasterio, pero concluye que ese deseo es inalcanzable. El cristianismo no puede volver y en su lugar se impone una versión más joven y fértil, con voluntad de poder. Por supuesto la novela es una provocación y no hay nada de proselitismo islamista en ella. Es sólo la última bala de todo el cargador que H. ha venido vaciando sobre Europa, su último aviso, porque como todo cínico en el fondo aun espera una reacción aunque se empeña en demostrar que es imposible.

Una de las falacias más extendidas de nuestro tiempo es la idea de la aceleración histórica. Si miramos de cerca las cosas, nuestro tiempo no va tan rápido como nos dicen, a no ser que creamos que el paso de iPhone de su versión 2 a la 3, o de la 4 a 5, son hitos históricos como la caída de Constantinopla. No, nuestro tiempo, el tiempo del fin de Occidente, es sensiblemente más corto que los mil años de la Edad Media pero también es un proceso bastante largo. De la montaña incomprensible de Heidegger sólo he sacado la conclusión de que al genio le preocupaba esta pérdida del sentido de la vida, de «la cosa», y se remontaba a la época de su abuelo tonelero en el S. XVIII, que suponía era más o menos «cuando se jodió el Perú». En algún momento, parece entenderse en «Ser y tiempo», las personas de Europa dejaron de ser un todo único y armónico con su ser y su entorno, empezaron a conocer algo más que su aldea, y nació el vértigo de la posibilidad -y más tarde la obligación moral- de elegir su individualidad en un supermercado inabarcable de experiencias, simulacros, novedades, conquistas y decepciones.

Aquí y ahora. Estamos atrapados y no tenemos un plan de fuga. No tenemos ni talento, ni imaginación para idear el siguiente escenario, mientras vemos que este se está cayendo a pedazos. Ese es quizá el único consenso de nuestra época. En este punto, no es extraño que resurja con fuerza la nostalgia de lo no vivido, el escape imaginario hacia tiempos idealmente mejores y espacios legendarios, cuando todo, imaginariamente, estaba en orden.

El pasado nacional, mítico,  se ofrece como un consuelo en todos los países de Europa, reforzado, como en H., con una vaga idea de cristianismo continental. En todos los países, menos en España. Tan cruel es nuestra historia que ni eso tenemos. Si H. utiliza en su novela el ejemplo del escritor Huysmans en busca de un pasado de redención y epifanía -aunque acaba descartándolo-, aquí releemos a Menéndez Pelayo y nos produce risa, si bien es muy posible que tuviera razón con aquello de  «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas». Pero no es nostalgia sino pura ironía posmoderna lo que nos produce.

Estamos, por nuestro atraso histórico, demasiado cerca del catolicismo como para tener nostalgia de él. Y con él, de la vuelta al nacionalismo, del que ha ido de la mano hasta hace muy poco tiempo, y con el que sigue asociado cada vez más vagamente, con más pudor, como representaciones fantasmales de dos fuerzas condenadas a diluirse, sin verdadero aliento vital.

El nacionalismo y el catolicismo -cierta forma de nacionalcatolicismo- es para nosotros un pasado tan real, cercano, tan lleno de referentes concretos, que no sirve para trabar mito idealizable. Nuestra situación, por tanto, es peor, más desesperada que la europea y quizá, por nuestra historia contemporánea, nuestra nostalgia fingida se refugia hoy en lo que no fue, en el ideal republicano fracasado en sus primeros balbuceos y hasta en el comunismo, que por suerte no conocimos. Justo cuando Occidente parece estar al final de ese camino, aquí hay quien quiere descubrirlo. Siempre seremos diferentes.

Europa está empezando, desde los márgenes más grotescos de Internet, pero con creciente popularidad a explorar la nostalgia del no vivido cristianismo medieval. Un loco como Breivik no es cualquier loco sino un loco romántico europeo que encarna la locura concreta del momento concreto, y su referente ideal, su»sehnsucht», es la Edad Media cristiana resistente a la invasión y a la decadencia moral. Una versión ultraviolenta y sin el dinero ni el buen gusto del bueno de Luis II de Baviera, que en el salón del trono de su castillo demente de Neuschwanstein, dedicado a los mitos románticos sobre la Edad Media de Wagner, hizo pintar un gran fresco con los principales reyes cristianos en batalla contra los musulmanes. Como nota curiosa podemos decir que Fernando el Católico está situado en el centro de esa escena, pero eso no nos sirve de nada. Fernando el Católico era un facha.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4 respuestas a «Sehnsucht»

Lo de la matanza de Munich es una ensalada más difícil que entender que Heidegger.
El asesino ha nacido en Alemania, es hijo de iraníes que pidieron asilo en los 90, lo que me hace suponer que huían de los Ayatollahs; y ha matado, básicamente, a turcos y albanokosovares (que, teniendo en cuenta que la religión mayoritaria en esas zonas es el Islam, bien podrían ser musulmanes). Y para colmo, en su casa han encontrado documentación sobre el atentado de Utoya de Breivik, de quien ya ha hemos hablado aquí largo y tendido.

https://proscritosblog.es/2011/07/26/leyendo-una-declaracion-de-independencia/
https://proscritosblog.es/2012/08/24/breivik-si-no-lo-hacia-solo-quedaria-sushi-y-televisiones-planas/
https://proscritosblog.es/2011/07/30/yo-tambien-estoy-leyendo-a-breivik/

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