por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original:arquitecturas
Esta mañana tuve que ir a la imprenta a Villalba antes de abrir la trinchera proscrita. Las montañas nevadas al sol y la radio me acompañaron todo el rato. Los locutores leían los correos que los oyentes enviaban al respecto de la noticia de que van a subir los precios de los museos. Estafa, latrocinio y sinvergonzonería eran los términos más repetidos.
Antes sólo pagaban los extranjeros. Y era un sistema lógico: el museo del Prado, por ejemplo, se mantiene gracias a los impuestos que pagamos los españoles. Y no puedo evitar una metáfora paralela: los españoles nos hemos convertido en extranjeros para nuestro propio Estado. Un Estado que ha dejado de preocuparse por nosotros, un Estado policial que nos multa y nos encarcela por nuestra propia seguridad, un Estado que sólo es un odioso recaudador.
Ahora que hay crisis y no tenemos dinero para grandes comidas en restaurantes, ahora que es buen momento para refugiarse en la cultura, al Estado, al Gobierno- aunque da igual uno que otro-, se le ocurre que es el mejor momento para subir la entrada de los museos. Pagamos por ellos dos veces: en los impuestos y cada vez que nos ponemos a la cola. El Estado es intocable y en eso se escuda para apretar un poco más el nudo que nos ahoga.
Radares, ticket de la hora, multas por hablar por el móvil, por fumar un porro en la calle, por presentar tarde un papel en Hacienda… cada día inventan nuevas tasas, nuevas leyes con las que atracarnos impunemente. Eso sin contar los impuestos que pagamos cada vez que encendemos una bombilla, compramos un paquete de tabaco o abrimos un negocio.
Para relajarte, para olvidar la angustiosa situación económica, puedes ir a darte una vuelta por un museo y disfrutar de las obras de arte que se mantienen gracias a tus impuestos. Pero no olvides llevar pasta para volver a pagar en la entrada.