Por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original: arboldelavida
Yo estaba atrás de la barra sirviendo los tragos. Ella llegó caminando de la mano de su novio. Festejábamos el cumpleaños de Paula. Era el último día de enero. En la fiesta había escritores, peluqueros, actores, sociólogos, personas de por lo menos cinco nacionalidades. Teresa vestía una falda corta, muy corta para ser invierno, y un suéter de punto color marrón. Traía el cabello cortado al rape y un sombrero que la hacía más alta y delgada, al quitárselo, su nariz fue lo primero que me llamó la atención. Ninguna nariz como la tuya. / Mitad de tu rostro. / Perfil de iguana. / Abolengo de estatua. / Alta como alas. / Recuerdo de la madre España. / Puente de porcelana. / Pretexto para el aire. / Tercos mis ojos a tu cara.
Desde esa noche no nos separamos las siguientes semanas. Aprendí a leer su piel. ¿En qué momento uno se enamora? yo apenas tenía publicado Los días inútiles, mi primer libro de poesía y ella, siendo editora, leería las pruebas de Amor convenido, que saldría meses más adelante. Sin quererlo significó un destino para mis letras, un antes y un después. El corazón es un suburbio adonde nunca llega la ley, una villa indomable de pasión y claroscuros. Sólo tres meses estuvimos juntos, suficiente para escribirle Árbol de la vida, mi tercer poemario, el que comienza con la dedicatoria: Tiempo se escribe / con t de tuyo, / con t de Teresa. Como todas las rupturas, viví la nuestra con la intensidad de un moribundo que apenas se ha enterado que no morirá. Escribí infinidad de cartas, de versos y un año más tarde puse en sus manos Del rojo al púrpura.
Festejamos la edición de mi nuevo libro en el bar Milán con Arturo, Paula, Juan Pablo Vasconcelos, Cynthia Bouchot, Galo Valdéz y otros amigos que entraron y salieron de mis abrazos. La noche terminó tan mal que después de esa madrugada no he sabido más de ella, y en diez años sólo cuatro veces hemos tenido fugaces coincidencias: en un cóctel de Bellas Artes, en la cantina Centenario de la Condesa, en la presentación de un libro que tradujo del italiano y afuera del Merendero Las Lupitas en Coyoacán. Así es la poesía, busca imponerse a pesar de la distancia. Considero Árbol de la vida mi mejor poema, en el que describo a una pareja en constante búsqueda. Cuando por fin se encuentran son tan parecidos que prefieren huir, no volver, negarse, matar o morir. Después vinieron otros poemas y en la última semana de diciembre de 1999 comencé a escribir mi segunda novela, Un dardo en la voz, siendo Ella, de algún modo, inspiración para la protagonista.
El escritor no escoge a sus personajes, son ellos quienes lo llevan a uno a descubrirlos, a darles vida y se enamora más de esas ilusiones que de la realidad. Poco a poco va creando sus pequeños monstruos. Sólo tres capítulos escribí en esa jornada sin tregua, dejando a un lado El orden infinito. Pero todo estaba aún tan reciente, su tacto palpitaba en mi piel como un colibrí atrapado en mi pecho, que regresé a mi trabajo anterior y fue hasta el verano del 2006 cuando retomé la escritura de Un dardo en la voz, con la distancia suficiente para recrear en la memoria su cuerpo, sus instantes y delirios, y pasar a la ficción real. Mi Teresa es una bailarina clásica que a los 20 años bailó Carmen, de Bizet, y se quedó con el personaje en las entrañas. Mi Carmen es una moderna femme fatal enamorada de un fotógrafo de guerra, perseguido por la Camorra de Nápoles. Buscando la inspiración y el recuerdo de aquella Teresa, he vuelto a poner su fotografía sobre mi escritorio y desempolvado el grabado que hizo Verónica Guzmán de su rostro, completando la serie de 25 imágenes, una por cada estrofa de su poema.
Diez años han pasado de aquel primer encuentro, Paula Biglieri está a punto de llegar a los 40, desde la Ciudad de México y hasta Buenos Aires celebro su cumpleaños. Uno va haciendo sus propias efemérides, cronologías, fechas para celebrar en el calendario de los recuerdos. Ojalá fuera verdad que la memoria está llena de olvido. A Teresa le dejo los primeros versos de los pasos que la acercaron a mí. Amo tus pies, / las huellas húmedas de tu planta esquiva, / peces de luz que en la sombra anidan, / sostén de tu cuerpo, raíz del árbol de la vida.
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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006.
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Hace muchos, muchos años, cuando era un proyecto de mujer con hechuras de hembra, cuando mi voz todavia no había encontrado su camino, mantuve un affaire con un poeta que era unos quince años mayor que yo.
No sabía que era poeta, me enteré cuando ya estaba en su pequeña cama y me fijé en varios libros iguales que había en su estantería. Estuvimos viéndonos dos o tres meses, pero era un hombre demasiado ensimismado para una chiquilla ávida de quemar las calles y apurar la vida, y quedé con él el día de mi cumpleaños con la intención de romper.
Se presentó con un un amigo y una pulsera, que yo acepté porque sentí lástima y porque, me parecía cruel dejarle en presencia de testigos.
A partir de entonces dejé de estar disponible para salir, pero insistía tanto, que dejé también de ponerme al teléfono: «si llama X, no estoy», le decía a mi madre. Que no miraba con buenos ojos la lista de nombres para los que no estaba en casa.
Cinco o seis años después, volví a encontrarme con él.
No teníamos prisa y dimos un paseo hasta su casa, donde me dejó hojear varios de los libros que había publicado desde que no nos veíamos. Y encontré en uno de ellos un poema que hablaba de mi cumpleaños y de la pulsera.
Casi siempre, cuando uno escribe de otros, los otros no se reconocen.
O cuando alguien escribe de ti, rara vez te vez reflejado.
En aquella ocasión me sobrecogió que su recuerdo fuera idéntico al mío, que él me viera como yo me veía. Tal vez porque nuestras almas eran escritoras. Gemelas.
Hace mucho tiempo que le perdí la pista.
Pero, cuando paso por una librería y tropiezo con un poemario suyo, siempre lo compro. Por el placer de leerle. Jamás me busco. Yo sabía que se había librado de mí con aquel poema, que con aquellas líneas me había relegado al lugar más oscuro de su memoria y había seguido viviendo su vida.
Todos necesitamos un “numen”… no solo el escritor o el artista… en estos, está asociado
por defecto pero…. el sastre, el bombero, el albañil, el cartero, el escolar, el ama de
casa , la secretaria y, hasta el jubilado … todos, precisan de ello….estímulo y motivación.
Estimulo y motivación en relación a lo que nos rodea, en relación a nuestra profesión, en relación
a la etapa de la vida en la que nos encontremos en cada momento. Casi sin apreciarlo, algo o
alguien nos da ese empujoncillo para desarrollarnos y nuestras ideas brotan sin esfuerzo alguno..
un color, un aroma, una roca, un ciprés…TÚ- YO… cada cual lo encuentra de distinta forma.
He caminado durante años descalza por “mi” río , en verano e invierno en días soleados y también los
lluviosos, he sentido el agua helada masajear mis muslos, los cuales notaba endurecer y cambiar de color
casi llegando al morado, mis pies quejándose por las molestas piedrecillas del fondo y yo, rebuscando
entre la arena esas teselas que durante tanto tiempo recolecté para algún día de inspiración, elaborar
un mural en casa… , bolsas llenas de piedrecillas, lozas partidas, cerámicas rotas de diverso colorido y,
todas ellas maravillosamente pulidas por la arena del río y la fricción de la corriente durante las décadas
que éstas han permanecido errantes..esperándome. Durante uno de los días de recolecta, el cielo estaba
encapotado y empezó a llover y, me pilló dentro del agua, las nubes parecían estar nadando en el río, yo
estaba exaltada… las gotas golpeaban en el río convirtiéndole en una gran diana llena de balazos, perecía
que en realidad estaba siendo gravemente herido por la lluvia…yo me encontraba en medio de la batalla
que la naturaleza estaba teniendo en ese momento y, sentí por completo como formaba parte de ella.. allí,
y en ese momento, fue cuando supe como iba a ser el mural de casa, allí después de años y años
de recolección, supe el lugar que cada tesela ocuparía en la pared…, en ese río he tenido tantos
momentos… momentos que la naturaleza a querido compartir conmigo para darme fuerza, para
ayudarme a aprender que estoy viva y que somos la misma cosa… inspiración.