por Juan Hoppichler
Un importante juez gallego que prefiere no revelar su nombre habla más claro: “En Galicia no ha habido un solo partido que no haya sido financiado por los narcos. Ni uno solo”
Los medios de comunicación tienen un extraño poder, el de imponer en la sociedad lo que Julián Marías llama “falsas vigencias”; es decir, temas de debate que son totalmente secundarios y que no tienen nada que ver con lo importante, con lo que realmente nos afecta en la vida diaria. Los ejemplos, por supuesto, vienen a las mientes por docenas y dejamos que el lector elija algunos a su discreción.
Aquí hablaremos de uno en concreto, el narcotráfico, un asunto verdaderamente grave y de peso, que sin embargo es ignorado en las pantallas de televisión. Sus mafias se mueven en la ilegalidad sin descuidar sus tentáculos en la legalidad, y los beneficios estratosféricos que generan producen una economía de arrastre que condena a la marginalidad a millares de personas, mientras que encumbra a unos pocos indeseables a mansiones de nuevos ricos.
Aquí sabemos algo por las películas norteamericanas, donde hay actores morenos haciendo de malos y actores rubios haciendo de agentes del FBI. Pero nada más. Los medios de comunicación nacionales no hablan casi del tema desde la perspectiva de su implantación en España, con sus características propias, ni mucho menos de cómo se lo combate –o de si se lo combate- por las fuerzas de seguridad de nuestro país.
Fariña, del joven periodista Nacho Carretero, es una notable, aunque poco ruidosa, excepción. El libro es una investigación bien escrita y veraz sobre el origen y desarrollo del narcotráfico en Galicia, donde se concentraron los narcos más importantes del país y aun de Europa. Cuenta desde sus orígenes, cuando los clanes empezaron con el tráfico ilegal del tabaco, al momento en que pactan con los cárteles colombianos para convertirse en uno de los principales coladeros de cocaína en el continente, y termina con la situación actual, con clanes más fuertes que nunca, pero debidamente camuflados y con bajo perfil, conocedores de que sus fechorías no son una prioridad nacional.
El paisaje que ofrece es bastante desolador. Hubo en tiempo en que el noroeste español funcionaba a base de dinero narco. Absolutamente todos los partidos políticos gallegos se financiaron con ello; negocios como el fútbol o el ocio nocturno se convirtieron en macrolavaderos de dinero; la policía y autoridades locales se inflaron a cobrar sobornos hasta el punto que los grupos antinarcóticos excluían a cualquier gallego de las operaciones para evitar chivatazos; y al fondo, lo más triste, la complicidad de pueblos enteros, que hastiados del abandono estatal, veían en el narcotráfico una forma de movilidad social. Todo recuerda al Medellín de los ochenta, con la salvedad de que aquí no hubo tanta violencia, que lo que permitió a los clanes gallegos pasar más desapercibidos.
Un libro, en definitiva, recomendable para ayudarnos a cartografiar nuestro país, el de verdad, en el que vivimos, no ése en el que nos dicen que vivimos.