Oculto detrás de Den Haag Central, la principal estación de trenes de la ciudad, y de un estacionamiento de bicicletas de dos plantas, está la terminal de buses. En esa planicie de cemento impregnada de humo y olor a aceite me espera Papita, mi amiga holando-vascuense. Es alta, morena, tiene la risa fácil y la personalidad de una dínamo. Reparamos el pinchazo del la bici que me ha conseguido y partimos hacia el centro.
Moverse sin bicicleta en Holanda es sencillo, hay variedad de medios de transporte. Pero nadie va a montarse a un tranvía, un bus, o un tren porque ya tiene su bicicleta. Tampoco lo harán tus amigos, ni sus amigos, ni sus enemigos. Si uno no quiere pasear solo hasta la vejez, es muy importante pedalear.
Cruzamos la zona comercial con sus tiendas, centros comerciales y peatonales pobladas de gentes de todos los colores. Pero el color preponderante es el marrón: hay sijs, africanos, caribeños, magrebíes, chinos, y hasta holandeses. A nuestro alrededor pasan mujeres con pañoletas cubriéndole la melena, pero en bici. Todo el mundo va y viene con sus bolsas a toda prisa porque los comercios están por cerrar. Nosotros también vamos de compras, pero hacía el sudoeste de la ciudad, al Haagse Markt.
Calculo que los barrios residenciales impolutos, con sus casas impolutas y sus calles y canales impolutos los recorreremos luego.
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