Me fui a dormir pensando en una película llamada Henry Ford y la invención de la línea de montaje –también hubiera podido ser una versión de Jane Austen—, dirigida por un cineasta indio. Pensándolo bien tampoco estaría mal una historia universal de Occidente en versión Bollywood. Al despertar me subí a un autobús lleno de musulmanes y me largué a La Haya.
En este viaje había hecho un gran descubrimiento: acaso por su llovizna y su humedad, sus cielos grises, su frío y su je ne sais quoi, o su oui, bien sur que je sais qoui, Bélgica era el país ideal para un escritor. A nadie se le ocurriría aparecérsete de visita o caérsete por sorpresa en Bélgica, ¿por qué diablos iban a hacerlo? Otra ventaja: sus cervezas fuertes como whiskys, resultan ideales para entonarse y entregarse a la escritura, y en mi caso particular el recuerdo del olvido. Y lo más importante del páramo: curiosamente está situado a una hora de los puntos realmente interesantes de Europa. Allí donde, además de los funcionarios, hay vida.
Bruselas, en particular, es el refugio ideal para cualquiera que quiera despreciar a la humanidad y ocuparse de sus obsesiones en un ambiente tranquilo, silencioso y sin sobresaltos. Lamentablemente los violadores y pederastas belgas (tan reconocidos como los políticos ingleses sadomasoquistas) piensan exactamente lo mismo.
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