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Diarios neerlandeses, 30

por Claudio Molinari Dassatti

30

La mañana siguiente tocaría periplo. Fuimos de compras a la Avenue Louis o Rue de la Loi, o algo así, y compramos una pañoleta, sumo pontífice del regalo improvisado. El bulevar interminable desembocaba en un parque y posteriormente en una arcada semicircular muy similar a la plaza San Pablo del Vaticano. Sí, a veces la acción es tediosa, pero es porque el escritor en vez de pensar tanto, camina.

Deambulando por las callejuelas dimos con un restaurante sano, de esos que mezclan el olor a comida de bebé con el polvo del mobiliario. Era un local antiguo, a metros de la casa donde nació Audrey Hepburn. Es una vivienda muy estrecha, quizá por eso ella salió tan flaquita. Nutridos ya, nos dirigimos a la oficina de Eurolines, ubicada en el interior de la Gare Bruxelles-Nord.

Eurolines es la línea de autobuses que traslada a los pobres de una punta a otra de Europa. Mientras que una persona con dinero paga un billete de avión, los menos pudientes viajamos con árabes, africanos y eslavos, por Eurolines. De hecho, los pasillos y áreas techadas de Bruxelles-Nord estaban todas ocupadas por una comunidad rumana con sus hijos, nietos y colchones. Se trataba de un campo de refugiados en toda regla. Afuera en la plaza lo que había eran surtidores para los nuevos Smart eléctricos.So close and yet so far.

Rogier era la estación más cercana a la maravillosa biblioteca a la que fuimos a continuación. Escondida en un edificio de aspecto y dimensiones soviéticas, estaba surtida de libros, películas y música hasta los tirantes. Por lo general son los países más grises y solitarios los que poseen las grandes bibliotecas. Me pregunto cómo habrá llegado a su esplendor de la de Alejandría, quizá por aquel entonces en Egipto también hacía frío y lloviznaba sin parar.

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