De mañana, profundamente descansados merced a las cervezas somníferas, Yamila y yo cruzamos unas cuantas plazoletas pobladas de funcionarios por las que su marido seguramente transitaba y conocía. Así llegamos al barrio mayoritariamente negro llamado Matongué.
Como hacía sol, o lo que en Bélgica se considera sol, nos instalarnos en una terraza a comer una especialidad congoleña. La composición, como de costumbre, no la recuerdo pero tarde o temprano la averiguaré. Yamila, en éxtasis por el buen tiempo, me explicó que estudiaba inglés y francés, que había abrazado el budismo y definitivamente la fotografía callejera, o street photography que suena mejor.
Nos habíamos conocido en un concierto del Coyote, músico gallego de la época de la movida madrileña. Una amiga común, alemana pero más española que Manolete, nos presentó: “Esta es mi amiga Yamila. Este es mi amigo Claudio”, dijo y desapareció, pues como era productora siempre tenía algo mejor que hacer. Yamila y yo nos miramos.
-¿Sos fotógrafa? –pregunté.
-No, pero estuve casada con tres.
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