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Luchadores

por Marisol Oviaño

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La pequeña llegó a las tres a Vigo, y a las seis de la tarde me ha mandado una foto desde la playa. A las dos de la madrugada, su hermano me escribe un guasap para decirme que ya está instalado en Cullera.

Ahora que están disfrutando de unos merecidísimos días de vacaciones, pienso en el mantra que repetían hace años andando arriba y abajo del pasillo cada viernes que su padre tenía que venir a buscarlos: «novaavenirnovaavenirnovaavenirnovaavenir». Entonces sólo eran unos niños que tenían que gestionar una situación que ningún adulto entendía, y resultaba muy difícil explicarles que su padre no había dejado de quererlos, que lo único que pasaba era que ya no podía con la vida y sabía que estarían mejor sin él.

Aquella fue la época más difícil de mi vida. Tenía a dos niños desquiciados por el dolor, “mamá, porfa, déjanos jugar a la play, que necesitamos dejar de pensar”, y una difícil tarea por delante. El cuerpo me pedía parapetarme tras su sufrimiento para edulcorarles la realidad y concederles todos los caprichos, pero sabía que eso les convertiría en un par de lloricas que no sobrevivirían en el mundo real. Su padre se había rendido, yo no podía rendirme. Mis hijos –todos los hijos- necesitaban un líder.

Nadie sabe las veces que he tenido ganas de tirar la toalla, los días en los que he tenido que ser un perro rabioso para hacer valer mi autoridad, las lloradas que me he pegado  “nopuedomásnopuedomásnopuedomásnopuedomás”. Pero siempre podía más.

El mayor decidió estudiar un doble grado (Derecho y Administración de Empresas), inasequible para una familia monoparental. El primer año se lo pagó mi madre, el segundo se puso a trabajar en todo lo que le salía. La pequeña también empezó a coger pequeños trabajitos y ahorró para su matrícula en Turismo. Su padre murió semanas después de que empezara la universidad.

La vida, en su justicia poética, vino a premiar todo el sufrimiento que habían pasado, y la muerte del padre que durante diez años no les había pasado un céntimo, les dejó a cada uno una pequeña pensión de orfandad. Que bien administrada, junto a los trabajillos que desempeñan, les daba para pagarse los estudios y tener unos días de vacaciones con los amigos. Al mayor, además, lo becaron por buenas notas. De alguna manera, la muerte del padre les devolvía a la clase media en la que habían nacido. Podían haberse relajado, pero ya habían aprendido a luchar. La pequeña pasará a segundo de Turismo en septiembre. El mayor ha sacado matrícula de honor en Derecho Procesal.

Amor, risas y disciplina militar.

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4 respuestas a «Luchadores»

Hola Sol,
hace tanto tiempo que no me paso por “tu casa” que leer lo acontecido me ha impresionado…
Uno se da cuenta que el tiempo es inexistente una vez transcurrido, pero que, en esa oquedad transitan vidas. Que todo llega, es mentira, solo algunas cosas… espero que sigan llegando las buenas.

Un abrazo
Sila

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