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La última bala

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Miguel Pérez de Lema

Hay motines en Barajas. Acabo de leerlo. Yo propuse ayer, muy tímidamente, montar un mini motín en el aeropuerto de Gatwick, en Londres, a mis compañeros de vuelo, pero nada. Britishhh Airways nos canceló el vuelo a Madrid sin decir una palabra. De pronto, simplemente desapareció de la pantalla, con la misma facilidad con la que se borra del mapa una aldea de Afganistán, supongo, y como era un «problema meteorológico» nos ofrecieron mandarnos… a Barcelona.

¡Y aceptamos!

Aceptamos porque nos dividieron y nos sacaron de la zona de embarque. Una vez que sales de ella no tienes derecho a nada. Como en la película de Spielberg de La Terminal, yo sabía que no debíamos salir, que debíamos protestar dentro, convertirnos en su problema, pero seguí la orden-sugerencia de salir que nos dio una rubia medio joven y medio guapa y muy sonriente, como todos.

Aceptamos volar ¡a Barcelona! porque estando divididos y fuera de la zona «segura» nos atendieron unas porcinas británicas de mediana edad, de esas que te miran con un ligero gesto de asco, y te dicen aquello de que es problema del tiempo y que no tienen obligación de darte nada. Y te acojonan.

Bajamos la cabeza, -yo el primero, que iba muy gallito a pelear por mis derechos y como viajaba sin maleta llegué antes que nadie a la cola de atención al cliente- porque vimos la total falta de humanidad en la mirada de estas nobilísimas hijas de la gran bretaña, satánicas defensoras de su sagrada compañía aérea, y su potente moneda y su vasto imperio y su superioridad racial.

Esta gente bombardea a niños sin pestañear. Así que un puñado de españolitos cabreados no íbamos a impresionarles.

Aceptamos porque las porcinas del mostrador -ni una hablaba una sola palabra de cualquier otro idioma que no fuera el suyo, el único propio de un ser humano que merezca ese nombre- habían recibido la consigna de negarnos que hubiera ningún otro vuelo en ninguna otra fecha, con lo que podíamos pasarnos días tirados en una ciudad tan siniestra, gélida y espantosamente cara y triste como Londres.

Y ya con mi billete a Barcelona me puse a pensar en cómo iba a salir de aquello. Cambié a unas ternerillas rubiascas mis 30 libras y 20 dólares que llevaba olvidados en la cartera y con eso y unos pocos euros que me quedaban por los bolsillos sumé la cifra de 74 euros.

Al llegar a Barcelona, tenía 74 euros y la duda muy razonable de que mi pequeña Visa hubiera superado su modesta capacidad de crédito, y tampoco tenía móvil. Tenía que conseguir llegar a Madrid. Ya era de noche. Recorrí el aeropuerto en busca de una oferta de última hora en todas las compañías que hacen el puente aéreo, pero me dijeron que no vendían y que no sabían tampoco cuando iban a volar. Allí también se empezaban a organizar conatos de motines.

En el avión había hecho amistad con un simpático andorrano -también él partidario más teórico que práctico de protestar- que me informó de cómo le habían dicho por teléfono que estaba de complicado el tema de los Aves. Que no íbamos a llegar a tiempo y que tampoco quedarían billetes. Descartada esa opción logré que una morenita con cara de buena de Spanair me consiguiera el télefono y la dirección de la estación de autobuses de Barcelona. Y cuando los de los autobuses me dijeron que habían suspendido los viajes a Madrid de esa noche y del día siguiente, me bloquee.

Sin embargo, tuve un momento de lucidez, o quizá los dioses decidieron que ya se habían divertido bastante a mis costa -porque el viaje fue un terror desde el primer momento, pero esa es otra historia- y me acordé de El Viajero y me dije, ésta es mi última bala. Él sabrá sacarme de ésta, como «el señor lobo» de Pulp Fiction.

Y llamé a mi casa y pedí que me buscaran su teléfono y le llamé a él. Y en el momento en que le dije quién era y leyó el tono de mi voz, se puso a trabajar.

He llegado esta mañana a Madrid, recreándome viendo la nevada del siglo por el camino, y fresco como una lechuga, gracias a los Lluch brothers.

Que Dios os bendiga.

0 respuestas a «La última bala»

No te metas tanto con las pobres inglesas: seguramente tendrán contratos basuras, les pagarán una mierda y los jefes las dejarán solas frente a los viajeros indignados. Lo de los aeropuertos parece ser la tónica de esta sociedad decadente en la que nadie asume responsabilidades: ni en Gatwick, ni en Barajas. Ni siquiera ante una nevada de las proporciones de las de ayer: el Ministerio de Fomento le echa la culpa a Espe, Espe al Ministerio y todos a los hombres del tiempo… Recuerdo un artículo tuyo de hace tiempo en el que decía que era milagroso que los trenes siguieran funcionando. Quizá ha llegado el momento en que las cosas, por la desidia de los de arriba, dejen de funcionar del todo.

Respecto a lo de tu señor Lobo: qué alegría casi materna me produce saber que las Proscrita´s connections, una vez más han servido para sacar a un proscrito de su apuro. A mí me dieron la vida en México. ¡Viva la proscritería!

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