Miguel Pérez de Lema
(Imagen de: Madrid al paso)
Madrid, años 40. Posguerra. Empieza la reconstrucción de la ciudad. Es la zona del mirador sobre los jardines del Palacio Real, entre Plaza de España y la Plaza de Oriente. Un buen lugar, durante la guerra, para emplazar ametralladoras y puestos de observación sobre la Casa de Campo, que comienza justo allá abajo, donde acecha el enemigo que asedia la ciudad.
Un lugar fronterizo. Peligroso. Codiciado por los que desde abajo trataban de escalar el balcón de Madrid, y vital para los que desde arriba se empeñaban en detenerlos. Un lugar que imaginamos fuertemente batido por la artillería de mortero durante los meses de combates por el dominio de esta línea elevada, que va desde aquí hacia Ferraz, pasa por Rosales y Moncloa, y acaba en la Ciudad Universitaria. La raya heróica a la que Hemingway y Dos Passos se acercaban un rato por la mañana a ver matarse a los españoles, un poco antes subir Gran Vía para tomar el aperitivo en Chicote.
Farallón último de la ciudad y todo lo que ésta representa en este momento. Tomarlo es dominar el símbolo, el lugar de poder, decantar el fiel de la balanza, y de su toma depende algo decisivo para todas y cada una de las almas que se agrupan a uno y otro costado de esta elevación.
Unos se juegan el Gobierno, otros la República, otros la Revolución Pendiente, otros el paredón seguro, otros la desbandada, otros la esperanza de vencer el hambre, otros el momento de salir de la madriguera y tomar posiciones, otros la ocasión de la venganza, otros el final o el comienzo de un buen negocio.
Y luego pasa todo lo que pasa y después llega la paz, o la Victoria, o la usurpación del poder, cada cual también ve esto a su manera y dependiendo de su interés y sus muy pecaminosas elucubraciones, de sus confusas y adoloridas experiencias, de sus abyectos principios, de su odio sagrado, su amado miedo, su complacencia criminal, su pacífica crueldad, su solapada codicia o su inmaculada soberbia.
Es cuando entran en escena estos enjutos y míseros supervivientes, a lo mejor son ex combatientes del lado triunfador recolocados como peones, a lo mejor son prisioneros de guerra pagando condena como peones, el frío y el hambre deben ser más o menos iguales para todos, incluida la mula negra. Y al fondo, el Palacio Real, como siempre.