por Pedro Lluch
El general Miaja estaba al mando de la defensa del Madrid asediado de 1936. Explicaba su dispositivo de combate y concluyó su exposición con un alarde de optimismo militante: −¡No pasarán! Y alguien le preguntó: −¿Y si pasan? A lo cual Miaja, torero, respondió: −Si pasan, ni caso… Y pasaron, ¡vaya si pasaron!
El No pasarán se hizo lema de esperanza para los leales que se enfrentaban a la sedición fascista. La propaganda de Stalin usó y divulgó el slogan con una insistencia cuyas huellas perduran aún en las sobremesas de lo que fue el imperio soviético. Una copita de vodka, un brindis y un No pasarán que, casi siempre, son las dos únicas palabras que mis clientes saben decir en castellano. La escena la he vivido en Moscú, en Almatý, en Rostov, Kiev o Kishnev. Y el grito resuena como un fósil entrañable que de lejos llega, como una burbuja de jabón que flota sobre la charla y estalla y desaparece, dejando un regusto de añeja gesta mítica.
En el muro de hormigón que Israel ha levantado para segregar el territorio de Palestina los graffiteros escriben y dibujan consignas. También el ¡No pasarán! Como el de Berlín, éste es un muro de la vergüenza que deviene símbolo y dazibao de la opresión. Se prolonga a lo largo de la línea de demarcación en forma de valla alambrada, caminos de ronda, sensores térmicos y toda la parafernalia del miedo para incomunicar al primer mundo israelí del tercer mundo palestino. Sin respeto ninguno por las servidumbres del campo y de la población, el muro impide a los agricultores acceder a sus olivares, a los enfermos acceder sin rodeos a sus hospitales, a los estudiantes a sus colegios y universidades, y a algunas familias reunirse. Vigilados desde las torretas de control, desde las bases militares acastilladas en algunas cimas, los palestinos han de usar carreteras secundarias y tienen prohibido el acceso a las autopistas israelíes. A modo de ejemplo: los 35 kilómetros que en línea recta separan Belén de Ramala por Jerusalén se convierten en un rally por carreteras que rodean la ciudad santa por el Oeste, interrumpida por dos controles del ejército y que se recorre en dos horas (cuando tomando la autopista israelí el trayecto apenas duraría 20-30 minutos). Palestina está siendo asfixiada. Y en el vertical hormigón del muro grita su agonía. Y en el muro también los militantes que dan su apoyo a los palestinos expresan su solidaridad. He podido leer una frase de Erich Honecker, de enero del 1989, declarando que el muro berlinés había de perdurar 100 años más. “Hasta la Victoria Siempre”. Y quejas de contribuyentes yanquis reclamando su pasta (I want my bucks back!). Dibujos. Carteles. Nombres de milicianos caídos, de familias separadas. Frases ingeniosas. Monigotes que miran de escalar la altura, una cremallera que se abre, unas palomas picassianas, un “Made in USA, assembled in Israel” estampado al pie de cada una de las losas que componen el muro. Flores de colores, lemas en muchas escrituras, en muchos idiomas. Un mismo oprobio. Make love, not walls.
Recorro el muro que encierra Belén. Tomo fotos. Camino al sol, oyendo rugir a los F16 que patrullan el espacio aéreo, dispuestos a soltar un misil cuando sean requeridos. Visito una casa abandonada. Fue bombardeada. Tomo fotos. Camino a la sombra del muro; desde los altozanos veo, más allá, las laderas de olivares abandonados, desatendidos; y las colonias de los israelíes (con sus jardines regados con goteros, sus calles asfaltadas y los contenedores de basura para reciclar). Me siento a fumar, viendo a los niños jugar con pistolas de juguete por la calle, entre bolsas de plástico alborotadas por el viento. Pasa un tractor asmático. Luego un coche de la policía palestina (VW Golf de un ridículo color azul celeste). Luego un labriego a lomos de un asno. Los capazos que cuelgan a cada lado de la montura van vacíos. Busco un puesto de fruta. Pido un zumo de granada y me siento en la terraza a beberlo. Me gusta el sabor leñoso y un punto ácido de la granada. De un autocar se apea un hatillo de rusos. Ellas entran en las tiendas de souvenirs. Ellos se sientan a mi lado y piden una botella de whisky. Luego les pastorearán hasta la Iglesia de la Natividad. Y yo seguiré esperando a mi taxista.
He intentado llegar a Hebrón. No he podido. 4000 militares están desplegados y han acordonado la ciudad. Han sido desplegados para proteger a 400-600 colonos ultraortodoxos que han okupado un caserón en el centro histórico de la ciudad, y que pretenden limpiarla de sus vecinos musulmanes. Es un progromo en toda regla –y me adelanto a tranquilizar a aquellos lectores que se indignen del uso de esta palabra tratándose de judíos (como agentes de la agresión) contra palestinos; con esta misma palabra Ehud Olmert ha definido lo que en estos días está pasando en Hebrón.
Y está pasando, están pasando; a pesar de los No pasarán, están pasando. Y entretanto, nosotros, “ni caso”.
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Y es increíble que siga pasando, una y otra vez a lo largo de nuestra historia, y ahora que sean precisamente los judíos, levantando muros, como los de Jericó que con la fé derrumbaron hace tantos años. Excelente post y excelentes fotos.
y vaya si pasa!
Si la «energia» empleada en construir tan imponente muro se empleara
en dignificar la vida a los palestinos los israelitas se ahorrarían unas cuantas unidades
de «kafkianovigilancia». Podemos leer muchos artículos al respecto pero el papel lo difumina todo. Desgraciadamente, por mucho que nos cuenten no llegamos a prestarle la debida atención a este asunto nunca, porque nuestra memoria colectiva tiende a almacenar las vivencias (por igual las buenas como las desagradables) y tritura lo que no entra en los parámetros «standard» o dicho de otra forma, tritura lo que a la mayoría no interesa.
Afortunadamente tendré la suerte de viajar a Israel en Marzo y realizar una parte del camino que muchos desgraciadamente nunca querrán andar. Espero que me sirva de algo, que me permita reflexionar y que pronto llegue el día en que LO podamos derribar.
Ayer por la noche, la tv2 programó un magnífico documental de Anmistía Internacional sobre los avances hechos en las últimas décadas en derechos humanos.
Es dura la batalla, pero nuestra voz es importante. Algo está cambiando. Lo vemos en nuestros hijos.
Esta es la página que hay que pasar:
elpoderdetuvoz