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Cosas de mujeres, 1 (la primera regla)

por Marisol Oviaño
Imagen en contexto original: posteando

Mi padre solía regañarnos en el salón, desde el sofá, asomándose por encima del periódico y poniendo poco interés. Mi madre tenía la costumbre de utilizar la cocina para sus apasionadas filípicas, dechado de retórica e inteligencia la mayoría de las veces, pura explosión de rabia materna otras.

Era la primera vez que me llamaban a presencia de ambos en la cocina. Ellos estaban sentados y me pidieron que me sentara. No recordaba haber hecho nada tan grave como para que tomaran excepcionales medidas de amedrentamiento.
– ¿Tú sabes qué es la regla?
Me eché a reír.
– Claro, ¿cómo no voy a saber lo que es una regla?
– ¿Y quién te lo ha dicho?
– Nadie, todo el mundo sabe qué es una regla. Eso que sirve para medir.

Creían que les estaba tomando el pelo. Parecía imposible, pero así era: a mis doce años no tenía ni idea de que las mujeres sangramos cada 28 días. Aquella información me dejó pasmada. Aunque la noticia bomba llegó días después, cuando volvieron a llamarme a la cocina para explicarme cómo se hacían los niños.

Se me ocurrió hablar del tema con mis amigas: todo el mundo estaba al cabo de la calle, algunas de ellas, incluso ”eran mujeres” hacía tiempo. ¡Y nadie me había dicho nada!.

Cada día rezaba en la ducha para que la regla no me viniera nunca, aunque sospechaba que mis súplicas no estaban siendo escuchadas: no había rastro de sangre, pero todo lo que podía crecer, seguía creciendo. Veía a mis amigas, con ese jaleo de las compresas (grandes, incómodas), las faldas, los cuchicheos, los suspiros, las malas caras, los dolores, y me decía que yo quería quedarme chicazo para poder seguir montando en bicicleta con los chicos. No veía nada envidiable en la condición de mujer, la verdad.

Dos años después del notición, una mañana, al salir de la piscina para ir a casa a comer con mis hermanos, pasé por delante del socorrista y unos amigos con un pantaloncito vaquero que había cortado en exceso y la parte de arriba del bikini. Me dedicaron unos cuantos simpáticos piropos, estás buena hasta con el tomate, me dijo uno de ellos. Y yo me eché a reír al imaginarme en una ensalada. Pero, cuando llegué a casa, mi madre me dijo que entrara en el baño con ella: me había venido la regla y tenía los pantalones llenos de sangre.

Aquella tarde me puse falda y me senté en las escaleras de la plaza con mis amigas, mientras los chicos montaban en bicicleta.

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Recuerdo que tenía doce años también cuando en el colegio, en los lavabos, unas compañeras de clase me preguntaron si yo ya tenía la regla. No sabía a qué se referían. Sólo podía pensar en una regla de plástico o de madera, de las de medir, y no se me ocurría porque aquellas dos podían querer una regla en el lavabo. Así que ante mi cara de pasmo la mayor de ellas me dijo “sí, mujer, cuando echas sangre por abajo”.
Y a partir de allí empecé a investigar el tema y a recoger información. Recuerdo que me vino por primera vez un veintiocho de agosto e, ignorante de mi, el veintiocho de septiembre, nada más levantarme, ya me puse una compresa pensando que la regla iba estar ahí, puntual, cada mes… Y no me vino otra vez hasta al cabo de dos meses jajaja. Se hace pesada a veces la menstruación, pero después de treinta años de convivir con ella, pues le he cogido cariño, y ahora no quiero que se vaya, no quiero cambiar (como dice Belén Rueda en el anuncio lácteo).

Que buen artículo!!!recuerdo mi primera menstruación ,hace a long time ago…., tenía doce años,mi madre compensó mi susto invitándome a una larga caminata x el campo, charla de mujeres, dijo, la luna iba apareciendo…nos abrazamos, y no hicieron falta las palabras.

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