por Marisol Oviaño
Como tantas mañanas, según me he levantado me he ido a andar, que es la diversión de los pobres y los pensionistas.
Como hoy es fiesta me he ido cruzando con los adictos al running, esa droga que “pone” más si llevas los oídos tapados con unos buenos auriculares. Hay muchos corredores de mi edad, e incluso mayores; y cuando me adelantan sudando y resoplando con esas mallas tan ajustadas, tengo la sensación de que pertenecemos a especies distintas.
En su carrera a ninguna parte no disfrutan del canto de los pájaros. Ni de la música que toca la brisa en los árboles, que este año es constante y rica en tonos porque no cabe una hoja más en las ramas. Pero de eso no entiende la gente que corre. Tampoco se deleitan la vista con el paisaje. Tras un invierno lluvioso hasta el aburrimiento, el campo que hay a los lados de la carretera bulle de vida, y hay flores donde quiera que mires. Pero los corredores no lo ven, siempre miran al frente, aunque yo tengo la sensación de que cuando corren tienen los ojos vueltos hacia sí mismos.
A mí, sin embargo, me gusta verme sorprendida por un macizo de margaritas aquí, un arbusto en flor allá, unas olas que el viento levanta en un pequeño mar de espigas verdivioletas… De modo que me alejo de la carretera en la que desagua el sudor de los corredores y me adentro en la naturaleza sin rumbo ni objetivo.
Lamento no llevar una cámara y no poder hacer una gran foto de los rebosantes campos de jaras, que ahora compartiría con vosotros. Casi da pena pensar que los “huevos fritos” morirán sin que casi nadie los haya visto.
Una de mis grandes pasiones es hacer ramos de flores y ramitas, aunque desde que tenemos gato he tenido que limitarme mucho, pues algunas plantas le vuelven loco y acaba destrozando los ramos y rompiendo los floreros. Pero hoy me ha sido imposible resistirme y he cogido unas cuantas.
Cuando he llegado a casa las he llevado a la terraza, y allí el gato y yo hemos estado muy entretenidos cortando hojitas y tallos demasiado largos, separando las flores en grupos y organizando ramos.
Y ahora también aquí bulle la primavera.
2 respuestas a «Llevando la primavera a casa»
Desde que se puso de moda el jogging, los parques públicos se han vuelto lugares angustiosos, no recomendables para paranoicos. A esa gente que corre, ¿quién los persigue? ¿Llegan tarde a algo importante? Así rodeado de neuróticos obedientes, es imposible darse un paseo simplemente por disfrutar. El miedo al colesterol ha tomado los parques públicos, y el paseante que quiere vivir relajado tiene que buscarse la vida como puede entre autobuses, farolas y árboles con meadas de perro.
Mal que bien, todavía es hoy posible librarse del Big Brother. Pero ¿por cuánto tiempo más?
Es difícil explicar el sentimiento de satisfacción interior que uno experimenta sobre el tren de sus propias piernas…
Salgo de casa y comienzo a un ritmo suave, que cosquillea mis músculos y acelera progresivamente mi ritmo cardiaco. Mi pupila es un sinfín de colores y formas que atravieso y esquivo. Mis alveolos se inyectan de olores dulces, o amargos, de flores de tierra, de musgo. Acelero el ritmo y mis pasos se acomodan a una vegetación permanente o cambiante. Mi piel responde al calor , a la humedad al sol y las sombras , expandiendo sus poros y dilatando mi alma…
Miro a un horizonte sin meta y siento sobre mi piel una caricia constante.
No necesito arrancar flores… me llevo puesta la primavera.
» El júbilo del corredor, es un hecho, no ficción…»