por artistadesconocida
El ser humano es cobarde por naturaleza.
Tenemos miedo de los cambios, de las novedades, de lo desconocido, de mirar la realidad con ojos nuevos.
De aprender.
Cuando era poco más que adolescente, engolfada por una insaciable necesidad de aprender, fui la discípula de hombres sabios y poderosos que me enseñaron a ser valiente.
Para aprender, hay que liberar la mente y cruzar límites que los demás no se atreven. Por eso la sabiduría y el poder no están al alcance de todo el mundo. Por eso unos llevan unas vidas de mierda y otros viven como quieren. Un buen maestro es el que te enseña a no tener miedo de volar.
Hoy soy yo quien coge discípulos.
Y sé que no sólo tengo que enseñarles a perder el miedo a volar, sino que debo estar preparada para el momento en que no me necesiten para agitar sus alas y se marchen lejos, muy lejos de mí. Si tienen éxito, volverán, como de vez en cuando vuelvo yo a empaparme de la sabiduría de los maestros que todavía viven: un buen maestro nunca deja de aprender.
Hace unos días vino a verme quien fue uno de mis discípulos favoritos, uno de los primeros, cuando todavía yo no tenía experiencia en enseñar. Nunca llegamos a pasar de las primeras clases, no terminó su formación: pudo más el miedo a `perder el miedo que sus deseos de remontarse por encima de la mediocridad. Siempre supe que volvería, y cuando el otro día llamó a mi puerta, no contuve la alegría de volver a verle y que me diera la oportunidad de terminar lo que habíamos comenzado.
Hemos pasado unas cuantas noches hablando frente al fuego. Hoy, cuando me levanté no estaba. De nuevo, ha vuelto a marcharse antes de tiempo.
Deseo, de todo corazón, que se haya ido volando.
Si lo ha hecho masticando el polvo del camino, lo que pudo ser y no fue le amargará toda la vida.
Aunque él sabe que, cuando necesite refugio, encontrará las puertas de mi casa abiertas.
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Nunca tuve la paciencia necesaria para enseñar. Por eso nunca seré maestro de nada.
En cuanto a mis maestros, dejé de creer en ellos cuando me dí cuenta que habían nacido mejores que yo. Intentaron que en una vida aprendiera lo que ellos perfeccionaron en cientos o miles de reencarnaciones; en consecuencia, funcionan con un anticipo de la nueva versión del softweare humano. Yo tengo la versión beta.
Pero hoy, leyendo este comentario de mi tocaya (yo tambien soy artista desconocido) he recordado algo: yo puedo volar y sé como hacerlo.
A veces, el guión de la vida es más increible que los más inverósimiles de Hollywood.
Anoche mismo, un compañero me recordaba a Robert Wyatt, batería de los míticos Soft Machine, que trás llegar a la misma conclusión que yo en una fiesta con colegas en el verano del 73, saltó desde la ventana de un tercer piso (las malas lenguas dicen que bajo los efectos del peyote) a una silla de ruedas para el resto de su vida.
Las 10.000 libras que recaudaron sus amigos los Pink Floyd en dos conciertos de homenaje, pusieron alas a su carrera en solitario.
Voy a saltar. Pero antes, voy a soltar todo el lastre.
Ni un periodico más, ni un noticiario, no mas cibersexo (incluidas las masturbaciones intelectuales en los blogs), no más discursos revolucionarios de salón, no más nóminas, ni un impuesto más, usar al límite mi capacidad de crédito personal, vender y/o donar las propiedades, guardar el dinero en mis botas y declararme en quiebra técnica.
Y después, echar a volar. Vivir como un bardo proscrito y nómada por coherencia.
Hombre, no prescindas de las masturbaciones intelectuales en los blogs, que eso nos hace felices a los demás.
¡Voyeurs!