por Juan Hoppichler
Imagen en contexto original: cafefilomania
Camino con Chía por Madrid, invulnerable a las ninfas postindustriales, y me doy cuenta de que tener compañera estable es la mejor manera de salvarse de esa espiral de cosificación y humillaciones que es el mundo de la atracción erótica. O dicho de otra manera, una novia para evitar a las mujeres y sus entelequias.
Pero a pesar de toda esta felicidad mundana y compartida, me echo de menos. Extraño mis lecturas, mis ensimismamientos y mis manías. Mi soledad, en suma, que es tener tiempo para observar cómo sangra la herida -fuente de la que se alimenta el Yo.
(Quizá para vivir en pareja hace falta tener algo de individualidad insuficiente -o encontrarse a uno mismo soberbiamente aburrido)
Chía empero disfruta alimentando a los gatos callejeros y a las palomas de los parques. Es amable con todas las personas que se topa y solo dice cosas buenas la ciudad. El otro día, cuando granizó, se pasó una hora mirando por la ventana obnubilada ante lo que le parecía un majestuoso espectáculo de la Naturaleza.
Chía ha atravesado un infierno para ser ahora genialmente descomplicada.
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