Miguel Pérez de Lema
Vamos viendo la vida detrás del escritorio: viendo zarpar los barcos desde la cantina del puerto, viendo la ruleta detenerse en el rojo, en el negro, sin fichas para apostar ni intención de tener fichas con qué apostar, vamos viendo el paisaje desde la ventanilla de un tren parado, viendo la coreografía humana tras un cristal blindado, con el desasosiego de observar a los bailarines sin poder escuchar la música que bailan.
Detrás del escritorio, en esta isla desierta del escritorio bajo el cocotero artificial del flexo, entre los montones de papeles, cafés fríos y otros restos del naufragio, escribimos mensajes pero ya no lanzamos más botellas. Quizá, la esperanza de redactar un último y solemne mensaje, una definitiva recapitulación.
El escritorio tiene días de trinchera, bajo el fuego de los teléfonos apremiantes, y días de nicho, con la paz definitiva del sepulcro sellado. El escritorio es el escenario en el que se representa el pequeño drama imaginario de los días.
Hay ese día en que se hace limpieza del escritorio y se desaloja todo lo inservible acumulado por la resaca de los trabajos y los días, y nos convertimos en colonos de una parcela nueva. Creemos por un momento que todo puede comenzar de nuevo y ser mejor, ser como pensamos alguna vez que sería.
Hay ese otro día en que rebuscamos en el escritorio para encontrar una carpeta perdida y encontramos en cambio otra carpeta olvidada, esa carpeta que nunca debimos olvidar, y que, sobre todo, jamás debimos encontrar una vez la habíamos olvidado. El escritorio, al final, es un almacén de días, una contaduría de tiempo, con nosotros sumándonos al mismo tiempo en el debe y el haber.
Vamos a glosar los días de escritorio, a ver qué sale.
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Hay días en que soy intérprete simultánea de 9 a 5 y luego escribo, y días al revés:la escritora que se gana la vida en lo que puede. Hoy es un día dedicado a un nuevo relato que alborea. Es el mismo escritorio pero el acercamiento, no. Cuando escribo, hay mogollón de bolis y cuadernos cerca de mí, son la previa a la creación en pantalla, quizá más definitiva. Cuando trabajo hay más inquietud, la calculadora, los presupuestos, la documentación de congresos varios. Y la blackberry que parpadea sin cesar. La mujer es, sin embargo, la misma.
De mi casa, amo por encima de todo, el rincón de mi escritorio, que acoje, con todas sus contradicciones, las innumerables versiones de mi personalidad.
Gracias Miguel, great article!
Ines