por hijadecristalero
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En el último año ha habido tres negocios distintos en el local de al lado. Como dato curioso, diré que ninguno de los “emprendedores” era español. Primero hubo unos polacos que aguantaron seis meses; después un rumano que no llegó a los tres, y ahora es un marroquí que ha montado una peluquería.
– Para pelo entrecano como el tuyo tengo unos barros medicinales que hace que las canas brillen como plata –me dice-. En el barrio de Salamanca los venden a 300 euros. pero yo los tengo a 30. Y a ti, por ser vecina, te los dejo a 15.
– Huy, con 15 euros yo compro tres o cuatro pollos.
Cuando la pobreza entra por la puerta, la belleza salta por la ventana. Si tuviera dinero no me teñiría las canas, pero me cortaría el pelo más a menudo, probaría esos barros, me haría una limpieza de cutis, iría al dentista, me compraría ropa que me favoreciera, tal vez me apuntaría a un gimnasio…
Me miro en el espejo antes de salir de casa y veo a una vieja gorda y fea vestida de mercadillo. Cuesta trabajo creer que sea la misma persona que la guapa y exótica joven que fui. Es la evolución natural: entonces quería resultar atractiva a los hombres, ahora quizá sólo quiera ahuyentarlos. Pero tampoco dedico mucho tiempo a pensar en ello, tengo cosas más importantes que hacer, como pensar cómo sobreviviremos el mes que viene.
Salgo de casa y enfilo la calle por la que voy al curro. Un coche que viene de frente desacelera a medida que se aproxima a mí y pienso que será un foráneo que querrá preguntar por dónde se va al Ayuntamiento. Cuando llega a mi altura, casi se detiene completamente, y me dispongo a darle las explicaciones pertinentes. El cincuentón que va al volante baja la ventanilla automática y me sonríe:
– ¡Hermosa!
Acto seguido vuelve a acelerar y desaparece de mi vista, dejándome con una estúpida sonrisa.
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hijadecristalero es autora de Historia de un desclasamiento