por Marisol Oviaño
De vez en cuando, Facebook me sugiere que me haga amiga de alguien que no tiene foto y que ha falseado el primer y rancio apellido –que es por el que le reconocería todo el mundo- poniendo un punto después. Así, si se apellidara Juan Peronuño Gracia, habría puesto Juan P. Gracia, para que la gente piense que tras ese punto sólo se esconde un Pérez.
Pero tras ese punto se esconde el mismo apellido que llevan mis hijos. El misterioso amigo que Facebook me sugiere es su padre, ése que lleva ocho años huyendo de su pasado. Y en este caso «huir del pasado» no es una metáfora: si hoy se encontrara con la sangre de su sangre se escondería debajo de una mesa, o detrás de una señal de tráfico, o de una galleta… O, simple y sencillamente, saldría corriendo como un galgo.
Supongo que a él le sucederá lo mismo que a mí, y de vez en cuando yo apareceré en su lista de posibles amigos. Y si a mí se me pone la piel de gallina cada vez que Facebook me recuerda que el fugitivo de sí mismo está aquí al ladito, y que sólo tardaría 20 minutos en plantarme a la puerta de su guarida con una tonelada de realidad calibre 50; imagínate el soponcio que debe sufrir él.
Las redes sociales son tozudas.
Puedes engañar a tu madre, a tu mujer, a tus hijos, a tus hermanos, a tus amigos y a tus vecinos.
Puedes engañarte a ti mismo.
Pero no a un programa de ordenador.
Hoy, Linkedin me ha preguntado si conozco a un profesional que no tiene foto y que ha falseado el primer y rancio apellido –que es por el que le reconocería todo el mundo- poniendo un punto después.