por Marisol Oviaño
Imagen en contexto original: fotosyimagenes
Hablábamos sobre la pareja y la fidelidad.
De los cuatro que éramos, dos se casaron talluditos con mujeres más jóvenes y son ahora padres de niños pequeños; todavía no han llegado a la pantalla en la que a mí me salió el game over. El tercero celebró las bodas de plata hace tiempo y tiene nietos de la edad de mis hijos. Se casó muy joven de penalty con una chica de su edad, hoy orgullosa abuela, a la que le ha puesto los cuernos siempre que ha tenido ocasión. Su actual fidelidad hacia ella es algo meramente circunstancial: por más que busca, no encuentra ninguna que esté dispuesta a ser “la otra”.
Durante muchos años yo creí que la fidelidad era un lugar seguro.
Estaba plenamente convencida de que, mientras fuera fiel a mi pareja, estaríamos a salvo. Y cada vez que me asediaban, resistía como una campeona.
Al principio me resultaba muy fácil porque sólo tenía ojos para mi hombre, pero a medida que fueron pasando los años me resultaba más y más difícil.
Creía que a todas las mujeres les pasaba lo mismo que a mí. Pero cuando lo hablaba con mis amigas casadas, todas me miraban como los burros a los aviones y hacían bromas al respecto, como si yo sufriera alguna simpática discapacidad. Y, aun así, yo obviaba sus risitas e insistía: “¿De verdad no os cuesta ser fieles?”.
No, no les costaba nada.
A ellas no les pasaban esas cosas tan raras que me pasaban a mí.
A ellas no les escribían poemas, no las invitaban a comer o a cenar para discutir cuestiones “de trabajo”, no les cogían las manos para hablarles mirándole a los ojos, ni sus enamorados se hacían amigos de sus maridos para estar más cerca de ellas, ni les susurraban al oído “yo he venido a tu vida a hacerme imprescindible”.
A ellas nadie las asediaba por tierra, mar y aire.
Así cualquiera es fiel.
A mí la vida no dejaba de ponerme a prueba.
Y aun así, herida y muchas veces con el corazón partido, no sucumbí a ninguna tentación en 15 años.
Pero el último asedio fue tan largo, tan tortuoso y tan devastador, que no dejó piedra sobre piedra de mi relación de pareja. Sólo mi fidelidad salió indemne. Todo lo demás había ardido.
Una vez más, había conseguido poner en fuga al enemigo y me había mantenido fiel, sí. Pero ya no quedaba nada por lo que luchar.
Y después de que el enemigo se perdiera en el horizonte, me marché yo.
La fidelidad no sirvió de nada.
Hoy ya sé que no existe lugar seguro.
4 respuestas a «Lo que sé sobre la fidelidad»
Mi esperanza es que no haya pantalla de «game over», al menos, intento no contribuir con unos cuernazos para que llegue o se manfieste la necesidad de ese momento. Pero, si, lo paso fatal. Y las que se rien son unas falsas o se pasan el día encerradas en casa.
Por lo visto no has conocido el verdadero amor.
O te han metido los cuernos.
Lo que escribes tiene mucho resentimiento.
Infeliz:
Por lo visto tienes un problema de comprensión lectora.
Uff.
Asunto complicado.
Hay pocas cosas que me incomoden (asusten) tanto como lo referente a la fidelidad y las teorías acerca de ella que circulan por ahí.
A mi me pasa un poco como a ti, me mantengo firme en mis convicciones, pero en ocasiones siento flaquear y, para más Inri, siempre está el amigo (o amiga) iluminado, si, ese que lo tiene todo super claro, que sabe de todo y que te argumenta con datos científicos que los seres humanos (iba a decir los hombres) son infieles por naturaleza y que el matrimonio es un corsé impuesto por la moral cristiana… etc.
Y me pregunto si es tan difícil (que lo es) ¿por que lo seguimos intentando?.
Yo siento un empuje interior cada vez que el abismo se abre ante mi, pero no para saltar, sino todo lo contrario. Y lo mío no es precisamente moral cristiana.
No se…