El viernes tuvimos reunión del núcleo duro proscrito en casa del hombre en la sombra, y preparé un arroz con pollo y alcachofas.
Mientras nos lo comíamos, comenté los últimos casos que conozco de familias en las que, ante la falta de una figura que ejerza la autoridad, los hijos adolescentes se descontrolan y convierten la convivencia en un auténtico vía crucis.
Miguel opinó que el problema radica en que se ha quitado el poder a los hombres para dárselo a las mujeres, que no han sabido qué hacer con él. Y el resultado son miles de familias en las que nadie ejerce la autoridad.
Y algo de eso hay. Pero yo creo que la cosa va más allá de una cuestión de género. Es innegable que el cambio de rol de la mujer ha trastocado la familia, y que hombres y mujeres andamos un poco perdidos. Pero la pérdida de poder del hombre no explica toda la problemática.
Las leyes de género son iguales para todas las familias. Sin embargo, en unas los adolescentes se descontrolan y en otras no. A pesar del número de casas en las que los hijos se han hecho con el mando, todavía quedan algunas en las que los chavales saben cuál es su sitio. Y lo saben porque, independientemente de que vivan en una familia tradicional o en una monoparental, hay alguien que ejerce la autoridad. Y lo de menos es que esa persona sea un hombre o una mujer, heterosexual u homosexual. Lo único que importa es que alguien encarne la autoridad en el grupo familiar, sea este del tipo que sea.
Yo misma podría servir de ejemplo para esta teoría: mi hijo mayor está estudiando dos carreras y trabaja de lo que sea en cuanto tiene menor oportunidad; él se encarga de quitar y poner la mesa, tender la ropa de la lavadora, limpiar la caja del gato y ponerle de comer, limpiar el salón, cambiar las ruedas cuando se pinchan, llevar el coche al taller y arreglar las pequeñas averías. La pequeña va sacando a curso por año –este año veremos qué pasa-, es una niña alegre y alocada; y es la responsable de recoger la cocina cada día, hacer los baños una vez a la semana y ocuparse de todo aquello que su hermano y yo no podemos hacer cuando estamos trabajando.
No ha hecho falta ningún hombre para que mis hijos comprendan cuál es su lugar en la familia. Es más, si me apuras, casi diría que tuvimos que prescindir del hombre para restablecer la autoridad en la casa.
La autoridad no es una cuestión de sexo. Y, como la libertad o el respeto, no es algo que se pueda dar o quitar por ley; ningún ministro puede devolver a ningún hombre el poder perdido. Porque el poder es algo que cada uno, hombre o mujer, tiene que ganarse. Es eso que yo ejerzo cada día cuando termino de comer, me levanto de la mesa sin quitar siquiera mi plato y me tumbo en sofá.
3 respuestas a «¿Es la autoridad una cuestión de género?»
Querida Marisol:
Somos millones las mujeres que estamos al frente en todos los sentidos… economicamente y como guías únicos, ejerciendo autoridad. Muchas de nosotras lo hacemos bien y creo yo es porque tenemos claro que no somos amigas de nuestros crios, sino madres, que nos toca amarlos tan bien como sabemos hacerlo y poner limites claros y consistentes, para que ellos tengan claro que hay reglas y que cuando decidan romperlas, con razón o sin ella, deberán asumir responsabilidades y consecuencias. No, no creo que se trate de un asunto de genero…
¿¿¿¿Que se ha quitado el poder a los hombres para dárselos a las mujeres????? ¿De qué ley habláis, en qué ley está escrito eso que yo no me he enterado?. ¿Cómo se puede decir que los hombres han pasado el poder a las mujeres cuando seguimos siendo un país dónde solo el 10% de las mujeres ocupan cargos directivos en las empresas, donde solo un 35% ocupa escaños en el congreso– puro lavado de cara a la galería– y un porcentaje mucho menor ocupa puestos de dirección en la administración?. Ah, ¿qué hablamos de los hogares? ¿Qué es darle poder a las mujeres, dejarlas, (o pedirlas en la mayoría de los casos) que trabajen y aporten dinero a casa, porque el sueldo de los hombres ya no llega para mantener la casa? ¿eso es darles poder? Eso sí, vete a trabajar, que para eso somos iguales, pero tú haces la mayor parte de las tareas del hogar y el cuidado de los niños, que para eso yo sigo siendo muy hombre!. Es decir, para poner el cazo y pedirte que contribuyas económicamente a la manutención del hogar, soy supermoderno y actual, para compartir las tareas del hogar, ahí todavía no he evolucionado… Está claro que las declaraciones de Miguel consideran que la educación de los hijos concierne exclusivamente a las mujeres. Tres oles por Miguel!.
¿O habláis de la ley de violencia de género, que lo único que hace es proteger a mujeres y niños de un tipo que en el mejor de los casos podría convertir sus vidas en un infierno y en el peor acabar con la vida de la madre, y a veces también de los hijos? ¿Eso es dar poder o eso es dar capacidad de defenderse y evitar que te maten? (lo cual está demostrado que ni con ésas, a juzgar por el número de mujeres que mueren todos los años a manos de sus parejas.
Entiendo que éstas son conversaciones de bar, o de comida entre amigos sin mayor trascendencia, pero no deja de ser preocupante (por no decir indignante) que haya hombres que sigan endosándoles los marrones a las mujeres y tratándolas de tontas que no saben ni educar a los hijos. Cada familia es un mundo y desde luego no se puede generalizar, pero si el punto de partida es “yo esto se lo dejo a mi mujer, porque me lo manda ley (?) y claro, a la pobre le viene grande el tema”. Un hurra por todos los machotes del mundo!
Creo que lo has malinterpretado Silvia.
Yo entiendo que no se está hablando de leyes, sino de evolución social, de cambio de roles, modelos familiares… más o menos de todo lo que tu denuncias con tanta vehemencia, pero lo «de verdad», lo cotidiano y lo práctico, no estadísticas y porcentajes.
Yo tengo la percepción de que hay muchas mujeres independientes (muchas, muchísmas, casi la mayoría), pero es como todo, siempre se puede mejorar, y es un camino largo, pero la meta está a la vista. Ahora, eso no se consigue con leyes de paridad ni con medidas discriminatorias.
Desde luego que hay temas en los que, para opinar, no parece políticamente correcto salirte del discurso estándar.