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Familia General Lecciones de la vida

Aprender a ser hombre, 2

por Adrián Herreros
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Su corta vida no ha sido fácil.
Desde muy pequeño ha vivido de cerca los problemas que quitan el sueño a los adultos.

La última vez que su padre vino a buscarle tenía doce años. Cumple quince dentro de dos semanas. Vive con su madre y su hermana, él es el hombre de la casa y no tiene referente en el que mirarse cuando por las mañanas busca en el espejo los primeros síntomas de la ansiada barba.

Su madre entró el otro día en su cuarto buscando un disco que él había guardado, y encontró en un cajón un paquete de cuchillas de afeitar que ella no había comprado. Al paquete le faltaba una, que descansaba junto a las otras.

Y ella no pudo evitar una oleada de ternura al pensar en sus todavía suaves mejillas, en la soledad de un niño que se hace un hombre a escondidas y de manera autodidacta.

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La primera vez que me afeité, salí del aseo con la cara que parecía un cromo -por vergüenza no consulté a mi padre y a contrapelo me afeité, dándome más cortes que en la película de los tres mosqueteros.
Mi madre, al verme, casi me lleva a urgencias, y mi padre me confiscó las cuchillas hasta nueva orden, diciéndome: – «Espero que en la vida no vayas también a contracorriente»
(Hoy en día… casi que no me corto cuando me afeito, aunque todavía me sigo afeitando a contrapelo, y pocas son las veces que no pienso a contracorriente)

Es tremendo.
¿Por qué hoy en día los niños tienen que despojarse de su infancia? ¿Por qué los adultos no somos capaces de evitar que los niños tan siquiera se resientan de nuestras comeduras de coco?
¿Por qué los adultos actuamos «como niños» y dejamos que los niños tengan que actuar «como adultos»?
¿Dónde está el olfato del padre? ¿el olfato de la sangre? ¿el olfato de los genes?
¿Por qué, normalmente, somos las madres las que intentamos que una separación sea de «buen rollo» y los padres, con sus chantajes emocionales, convierten ese deseo en un monstruo de destrucción masiva?
¿Hemos de buscar las madres a los padres de nuestros hijos fugados, perdidos, amilanados?
¿Qué sentirán los padres que se vean reflejados en este ejemplo?
Nuestros hijos no son nuestros, son la esperanza de cada sociedad. También de la nuestra.
¿Qué hacemos la sociedad?
Este ejemplo es real. Conozco tantos… Ésto debería ser un revulsivo.
No estoy nada segura de que nuestra «calidad de vida» occidental, europea y española (tan tendente al melodrama), sea el mejor testamento que le podamos dejar a nuestros hijos, esos humanos que mañana serán los que decidan el rumbo de la sociedad…
Ellos, los hijos de todos, deberían ser cuidados como lo que son, jóvenes principitos que mañana serán reyes.
Reyes leales. O leales presidentes de la rex publicae.
Es nuestra obligación que así sea.

No nos engañemos, Principito. La infancia y sus derechos son conceptos modernos, de sociedad del primer mundo enferma de depresión. Mis padres, y no digamos mis abuelos, apenas tuvieron niñez: tuvieron que asumir muy pronto responsabilidades para colaborar a la supervivencia familiar.
Las leyes son un bonito tranquilizante, un escaparate que oculta nuestra trastienda animal. Pero ningún juez puede impedir que un hombre dé la espalda a los hijos. Ni, teniendo en cuenta la catadura de los hombres que hacen eso, creo que sea conveniente obligarles a que odien a sus hijos y sus hijos a ellos.
A padre que huye, puente de plata. El amor no puede imponerse.

Mi amigo Fer dice que la movida de las separaciones y los hijos es por culpa de que nos empeñamos en saber quién es nuestro padre.
Y empiezo a pensar que tiene razón. Los niños deberían ser hijos de una madre y todos los hombres de la tribu.

Uf…

Pues yo debo vivir aun en una nube…

Y en mi nube conozoco a más de un hombre con nombre y apellidos que se sentiría mal con esa injusta generalización, porque esos padres separados sí están ahí, en la educación y en las sensaciones de sus hijos, a pesar de estar separados, y sino estan más es porque la parte contratante de la segunda parte, no les deja… ni ciertas leyes…

Yo, a pesar de todo, sigo pensando que somos personas, además de tener uno u otro sexo, y las hay más o menos comprometidas, más o menos chantajistas, más o menos responsables e irresponsables…

También he de decir que yo no soy madre…

Y que efectivamente, en su infancia, cada vez más lejana, nuestro protagonista será en muchas cosas autodidacta… y esperemos que todo ello le haga más sensible que duro y raspa, que tenga referentes, aunque no sean tan cercanos… que sea suficientemente inteligente para entender y aprender de todo eso, y que ese camino no le enfade con el mundo…

Teniendo el entorno que tiene… seguro que tiene armas suficientes para crecer y ser feliz… aunque se sienta algo diferente…

Nube tercera… arriba, al fondo, a la derecha… algo cargadilla de tormenta… y no por ello menos ligera…

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