por Rodolfo Naró (desde Barcelona)
Así de libres y jóvenes deben de haberse sentido Adán y Eva al pasear desnudos en el Paraíso. Cuando era niño fantaseaba con un mundo al desnudo, imaginaba a la gente de mi pueblo caminando por la calle con aquella naturalidad del que se mueve por su casa sin una prenda encima y resulta que no sólo era mi fantasía, aquí en Cataluña he descubierto que hay un pueblo donde toda la gente vive al desnudo, se llama Fondoll, pero eso da tema para otra columna, sigamos con nuestra playa. Yo había escuchado que existían en sociedades muy avanzadas, que en México estaban atrás de un cerro, a 20 kilómetros de la última costa habitada, con pase restringido o adonde sólo se llegaba en auto o en alguna lancha de pescadores después de cruzar peligrosos manglares, pero aquí me la he encontrado en el pleno corazón de Barcelona. Cuando Pedro Moreno me dijo que estas playas eran artificiales, no lo podía creer, que fueron hechas para las olimpiadas del 92, antes eran territorios marginados para deshechos industriales y las mejores estaban pobladas por merenderos para comer arroces que preparaban los marineros en domingo. Playas que muchas veces se las ha comido el mar y que el gobierno ha tenido que volver a hacer casi cada verano. Desde que me lo dijo lo he comprobado por la ausencia de fauna playera, esos pequeños caracoles y cangrejos que hacen sus hoyos en la arena al menor movimiento extraño.
Después de dos semanas de visitar casi a diario la playa naturista como dice un cartel que acabo de descubrir apenas ayer, he podido identificar que casi siempre somos los mismos los que vamos, como en los restaurantes de comida corrida de la ciudad de México. Pero contrario a lo que muchos creen, no es un lugar al que se vaya a ligar. La mayoría de la gente tiene una actitud introspectiva y de comunicación con la naturaleza que no he visto en playas típicas, además de que casi todas las mujeres van en pareja. Sin embargo en más de una ocasión he pillado a uno intentando acercar disimuladamente su toalla y al cabo de un rato hacer conversación a la chica de a lado. Es un tipo de bronceado charolex que primero ronda la playa de un lado a otro con la actitud de buscar a alguien con quien ha quedado, cuando ubica a la mujer adecuada se cerciora que hable español, situación que resuelve viendo el libro que tiene a la mano. Nunca se acuesta cerca de una que tenga audífonos puestos y al cabo de un rato, para romper la barrera del calor le ofrece una cerveza o Coca-Cola cuando pasa un paki ofreciéndolas o usa el pretexto que nunca falla, le pide fuego al verla encender un cigarrillo.
Así como dicen aquí, que el verano dura dos días, eso me ha durado el morbo y he aprendido a identificar a la gente por sus lunares, el corte de cabello, que al más puro estilo español es disparejo y trasquilado del flequillo, o bien por sus cicatrices. He visto hombres con el cuerpo completamente depilado y he descubierto que en esta Europa católica o luterana no se circuncidan, como hacen muchos en México, seguramente influenciados por el judaísmo de Estados Unidos. Me he puesto a observar con detenimiento las voluntades del tiempo en el cuerpo, los piercing en los pezones de mujeres que pasaban los cuarenta y tantos, que cualquiera podría pensar que son caprichos de juventud, y sobre todo los tatuajes, de todas las formas posibles. Grandes mapas oscuros sobre muslos, caderas, espaldas y vientres. He podido contar más mujeres que hombres, no sé si será porque aguantan más el dolor o, como el cigarrillo, que por muchos años les fue prohibido y ahora caen en el reto y el exceso. Mujeres que ahora prefiero verlas cuando recién llegan o se van, para descubrir un poco más de su gusto y personalidad en lo poco de ropa que llevan puesta. Me gusta observarlas desnudarse rápidamente, soltarse el cabello, con las piernas abiertas tender la toalla batallando con el viento que se empeña en hondearla como bandera, untarse el bronceador con movimientos circulares sobre tetas, vientre o nalgas, enfrentarse al sol con mirada decidida y a veces volverse a ovillar el pelo para tenderse boca abajo. El erotismo no está en el desnudo en sí, sino en el movimiento, en los juegos de luz y sombra, en saber llevar la piel como la prenda más fina que hayan vestido.
Se que este verano seremos los mismos y que a mi seguramente me recordarán no por mi bronceado que llevo casi perfecto, ni por mi mirada acusadora de nudista novato ni por mi buena circuncisión sino por la cicatriz que corre de norte a sur en mi espalda.
0 respuestas a «Playa pública, 2»
es un placer leerte, Rodolfo. Muy buena (e impactante) la confesión final
Maravilloso artículo, em han entrado ganas de hacer nudismo, pero los vascos somos pudorosos me temo.
Gracias, he disfrutado mucho de tu artículo y anticipado el placer de las playas catalanas, que espero visitar en unos días.
Espero que sigas colaborando en el blog. Me gustan tus artículos.