por Marisol Oviaño
Cuando parecía que ya, que ahora sí, que sacamos los libros mañana, las cosas volvieron a complicarse. Cuando se “emprende” sin dinero, cualquier problemilla se convierte en una odisea, porque hay que estar dando el coñazo a los amigos para que te echen una mano por la cara. Y los amigos quieren ayudar, claro, pero tienen sus trabajos, sus estudios, sus vidas… y le dedican al asunto un ratito el día que pueden. Y encima hay una fiesta y la gente hace puente y …no sigo para no aburriros.
Y el jueves por la noche, para terminar de rematar la jugada, mi ordenador portátil termina de morir. Tenía que haberlo cambiado hace tiempo pero, por no gastar, por estirar el dinero al máximo, iba alargando el momento. Acabé acostumbrándome a que se quedara colgado cada dos por tres, y a que funcionara lento y mal y no siempre. He perdido muchísimas horas esperando, limpiando, arreglando problemas… Esperaba su muerte de un momento a otro, traqueteaba como una lavadora vieja, tenía ocho años y muchas batallas.
Pero cuando comprendí que ya no merecía la pena arreglarlo, entré en pánico momentáneamente.
Pero me di cuenta que éste es uno de los cambios que necesitamos.
Podía haber sido peor. Podía haber sucedido en cualquier otro momento en el que no tuviera un chavo para extraordinarios, que es casi siempre.
Así que el viernes fui a comprarme uno con la idea de pagar 200 euros y financiar los otros 200. Yo nunca he comprado nada a plazos. Incluso el coche lo compré al contado –hoy no puedo permitirme ni cambiar las cuatro ruedas a la vez-. Y, con toda mi inocencia, me planté en el yonosoytonto de la zona.
Una vez allí – cinco o seis euros de gasoil para ir, otro tanto para volver, más el tiempo que había tardado en llegar-, me enteré de que sin nómina no había financiación posible.
-¿Tampoco tiene tarjeta de crédito?
Yo sólo tengo tarjeta de pagar al contado. Y no la uso nunca. Tenía en el banco diez euros menos de lo que necesitaba, pero llevaba cincuenta en la cartera. Así que, resignada, opté por bombardear el presupuesto familiar y pagué 400 eurazos a tocateja.
Necesitamos un cambio.
Y éste es el primero.
El nuevo ordenador es tan silencioso que cada dos por tres me inclino sobre el teclado como quien se acerca al corazón de un paciente para ver si todavía late.
Cuando le digo que abra un documento, lo abre. Cuando le digo que navegue, navega. Cuando le digo que se apague, se apaga.
Esto sólo puede ser bueno.