Pedro Lluch
Fotografía: El País- AP
Kosovo es la clave para entender lo que está ocurriendo en el Cáucaso.
En Kosovo, la OTAN (esto es: los EEUU y sus aliados) dio respaldo a una comunidad étnica (los albano-kosovares) contra un estado constituido (Serbia). Por primera vez en Europa desde la Segunda Guerra Mundial las fronteras de un estado eran alteradas. No todos los gobiernos europeos han reconocido la independencia kosovar (el gobierno español, por ejemplo, temiendo que un rediseño de fronteras también pudiera darse en la península ibérica, no ha reconocido formalmente al recién nacido, aunque en la práctica sí, pues sus tropas patrullan el Norte del país, bajo bandera de la KFOR –Kosovo Force −). Rusia, respaldo y mentor de Serbia en nombre de la comunidad paneslava, vivió la escisión de Serbia con el dolor de quien ve a un hermano herido.
Me contaron allá, en Prístina, cómo los blindados de uno y otro bando (rusos y británicos) compitieron por llegar primeros a los depósitos de municiones y bases militares del ejército serbio que ocupaba Kosovo y que se desbandó bajo el acoso de los F-18 de la Navy que prestaban apoyo desde el Adriático. Me contaron en Kosovo historias de matanzas, de venganzas (52 miembros de la familia de un comandante de la UÇK –Ejército de Liberación Kosovar− fueron ajusticiados por los serbios); vi barrios de reciente construcción, calles a medio asfaltar, desagües sin canalizar todavía; vi los cuarteles de la UNMIK −United Nations Mission In Kosovo−, las oficinas de las OSCE; vi patrullas de Carabinieri, de paracaidistas franceses, jeeps holandeses y eslovenos entrando y saliendo de la ciudad, camiones cisterna rusos y alemanes marcados con KFOR, un AH-67 Apache sobrevolando la ciudad, un helicóptero ruso Hind Mi-24 (protuberancias exageradas) estacionado junto a un UH-60 Black-Hawk (panzón también, pero más estilizado) en las pistas del aeropuerto, junto a un Airbus de Austrian Airlines; una guapísima soldado rubia pasa enarbolando una bandera báltica en el hombro; blindados apostados en ciertos cruces; al pasar por ciertos barrios extramuros de la capital, mis huéspedes me señalan, como cosa extraordinaria, la residencia aún de serbios: no todo el mundo huyó, no todo el mundo murió. La convivencia es difícil; la economía decrépita; ahora bien: las ilusiones y las ganas albano-kosovares no faltan y afloran en cualquier ocasión (momento emocionante: durante la cena les enseño a mis huéspedes mi pasaporte sellado en el puesto fronterizo del aeropuerto Dice República de Kosovo; uno se pone a llorar mientras rellena los vasitos para brindar). La OTAN, con la OSCE y la UNMIK, más o menos sostiene el entramado de un estado incipiente y preserva su seguridad. Los rusos se lo miran rabiosos: tierra eslava ha pasado a manos de occidente.
Y se toman ahora la revancha en el Cáucaso. Han tenido que tragarse que los Balcanes son el patio trasero de Europa; ahora nos toca ver cómo Rusia afianza su presencia en el suyo, en el Cáucaso, echando a un líder georgiano que es demasiado pro-occidental, amedrentando a Kiev, diciendo alto y claro “¡Esto mío no se toca!”. Desplegando en Osetia del Sur, en Abjazia, en Georgia al 58 Ejército ruso, y a su 76 división aerotransportada (ambas unidades veteranas y muy bregadas en Chechenia y Daguestán), Rusia retoma posesión de aquello que más valor tiene geoestratégicamente para ella: el control del paso del crudo y del gas por el BTC (el gran oleoducto que de Bakú llega a Ceyhan, en Turquía, y que es el único que, desde Asia Central, alimenta a Europa sin transcurrir por territorio “ruso”). Apostaría que lo próximo en la agenda rusa es el fracaso de las negociaciones discretas que, desde hace meses, mantienen Armenia y Turquía para solventar sus diferencias (reconocimiento del genocidio sobre todo) y reabrir la frontera (lo cual permitiría diseñar un oleoducto más meridional, más lejos de la tutela rusa).
Así que el gambito nos ha salido caro, a los europeos. Kosovo no produce nada. Su utilidad me parece se limita a ser un estado títere de la gran super-potencia (la gran base aérea de Aviano, en el sur de Italia, se ha instalado en Kosovo: en ella hay ahora prisiones secretas de la CIA; lo que no hay es un estado kosovar (ni fuerte ni débil) que pida cuentas, y así nos luce el pelo a los europeos). Rusia, en cambio, da el do de pecho (ay de los Ucranios… que vayan remojando sus barbas…) y, como macho alfa de la manada eslava, se levanta y golpea el pecho y ruge.
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Un interesante artículo en Slate (http://www.slate.com/id/2197704/) rebate la tesis aquí expuesta.