Por Marisol Oviaño
Llegamos a casa con más de 2.000 kilómetros nuevos en el cuentaídem.
Somos una familia monoparental que no llega a fin de mes, podemos decir que las vacaciones han sido un éxito.
Mis hijos están acostumbrados devorar asfalto solos conmigo, se portan de cine en las largas horas de carretera. A lo largo de su vida han viajado como niños ricos en camarotes de lujo o en aviones transoceánicos, ahora han aprendido a hacerlo con una neverita llena de viandas y bebidas y a no pedir chuches y tonterías en las gasolineras en las que vamos parando a repostar. En mi circo no sólo hay aplausos, purpurina y sonrisas. También hay que aprender lo que cuesta levantar la carpa.
Ahora no nadamos en la abundancia, así es la vida del artista. Pero tenemos gente que nos quiere, que nos ha acogido en sus casas con los brazos abiertos, que se ha desvivido para que nuestra estancia fuera feliz y memorable. Personas que habitan en nuestros corazones.
Junto con el equipaje, hemos descargado el cariño que nos han dado estos días, combustible para el duro invierno.
Gracias a Silvia, Héctor, Alfonso e Isa.
Y a toda la chiquillería.